Escribí ayer sobre la credibilidad de las malas noticias y sobre las ganas que tenemos de que ocurra lo contrario: que las buenas sean ciertas. El resultado nunca es preciso porque fácilmente cualquiera nos da gato por liebre. La bondad o la maldad de algo depende muchas veces de una percepción personal, por eso los medios de incomunicación apuran el pensamiento para que opinemos contra nuestra lógica o pongamos en solfa nuestras ideas. Es cuestión de machacar siempre los clavos, de este modo las mayores aberraciones, sometidas al color de una bandera, resultan justificables. Lo hemos comprobado en cientos de guerras. Las últimas, en Irak o Afganistán, delatan que los ocupantes —lo que llaman el mundo occidental— amparándose en las malas gentes que pueblan dichos países y en los tiranos que las gobiernan, acuden a civilizarlos por la fuerza, disponiendo de sus recursos y campando a sus anchas. Nos lo venden a diario en la tele y gracias a su constante publicidad nos hemos dejado convencer de que en Libia ocurre tres cuartos de lo mismo. Como Gadafi es una bestia parda, está bien bombardear Trípoli y costear su derrocamiento a sangre y fuego, aunque los sustitutos del individuo a deponer sean tan criminales como el anterior. Lo primero son los negocios y el resto son tontadas. Repsol estará agradecida, y aú más sus socios de Pemex, pero que nadie piense que el gas o el petroleo van a bajar de precio... La geometría variable funciona siempre en un solo sentido.
En esta línea de pensamiento, me sorprendió ayer que la policía hubiese arrestado a un futbolista de la ciudad donde resido por asaltar sexualmente a una mujer en la vecina localidad de Cuarte. Los primeros comentarios que leí en las ediciones digitales de los periódicos —mayoritariamente masculinos— enseguida prestaron nula credibilidad a la noticia calificando a la víctima de buscona y al agresor de inocentón. Es un clasico. Dentro de la mitología de la astracanada, que un «modélico chaval» se vea envuelto en un marrón sin comerlo ni beberlo, resulta tan poco original que se han realizado montones de películas americanas al respecto. Cambien al futbolista por un boxeador o un jugador de béisbol y rápidamente le nacerán padres comprensivos y leales entrenadores justificando sus actos. Pero cuando se descubre que el jugador en cuestión ha confesado su delito, entonces los comentarios cambian y llega en cascada la decepción del populacho. Las páginas de sucesos tienen esta virtud, sobre todo las locales. Basta con dominar los tiempos e ir entregando retazos de información para que la geometría de un hecho sea tan variable que transforme la opinión del colectivo. ¿Y qué ha pasado con la víctima? La víctima interesa en cuanto al morbo, siempre que la noticia pueda estirarse lo suficiente como para rentabilizar su desarrollo. Los analistas del fenómeno mediático seguimos con cierto escepticismo el acontecimiento porque, tratándose de una ciudad mediana en su tamaño, las tropelías que cometen algunos futbolistas rara vez pasan desapercibidas y tarde o temprano acaban siendo pasto de los mentideros sociales. Somos conscientes de que la sociedad deportiva para la que trabaja semejante chavalín tiene una mano muy larga a la hora de cubrir las andanzas de sus empleados. No se explica de otra forma que el sujeto, habiendo confesado la agresión, acabe al día siguiente en la calle como si nada hubiera ocurrido.
Son cosas que pasan. El gobierno central, que tanto se queja de lo mal que se lo montan las autonomías regidas por sus oponentes políticos, en cambio les echa una manita para que sigan recortando sus presupuestos exactamente en lo que critican. Para forzarles a que continúen despidiendo profesores, aplica la geometría variable y no suelta dinero en los comedores escolares aragoneses. El tándem formado por PP/PSOE funciona perfectamente bajo el eslógan «quítales maestros a los nenes que yo los dejaré en ayunas». Podría haberse ahorrado el capital que desembolsa en cualquier otro concepto pero es chocante que elija justo el que está levantando ampollas en Madrid o en Galicia, así que da la sensación de que en el fondo les mete marcha. Esta doble moral, tan hipócrita en política, se traslada en plena crisis a todos los terrenos, refiriéndome a los mismos desde un aspecto literal. Si se resta interés a la igualdad de géneros, a la educación o a la sanidad, si las guerras se manipulan lo que sea necesario para robar los recursos de otros países, comprenderán que tampoco importa lo que ocurra en mitad del campo. La persistencia de los ciudadanos en reciclar sus basuras se ha convertido en un engorro para las administraciones y las empresas que trabajan con los residuos. En Cuarte, precisamente, abren y cierran vertederos de forma ilegal, enterrando toneladas de carroña con una impunidad absoluta. Y luego la DGA se cae del guindo.
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