|     Zaragoza se ha levantado hoy lunes más deprimida que de costumbre. A la gente se le nota en la cara que ha dormido de pena. No es  porque otra vez  se haya pasado  la noche lloviendo, y buena parte de la mañana. Su tristeza  tampoco depende de la subida del euribor o de la crisis inmobiliaria, esta flojera melancólica es debida a que su equipo de balompié se ha convertido oficialmente en una selección de segunda categoría. Una pena, pero aún así tendrán el cuajo de comprarse una tele nueva. Harán el gasto con el propósito de resarcirse viendo   las inefables derrotas de España en el campeonato de Europa, a la que auguran igual desastre. Mal de muchos, remedio de tontos. No es un refrán sino un sentimiento que llevamos impreso en nuestra huella digital. Ahora sólo falta por ver si el consistorio cuadra el círculo, ¿levantará aún con todo el nuevo campo de fútbol? Sería un alivio económico para la ciudad olvidarse del asunto, pero como jamás llueve a gusto de las minorías supongo que no caerá esa breva. A los artesanos sirios, que continúan montando la noria mesopotámica de la Expo, les habían contado que aquí no cae una gota de agua ni por asomo, de modo que no paran de mirar al cielo a ver cuándo escampa. Los operarios  de la Expo siguen poniendo parches en el «Botijo» de las Iniciativas Ciudadanas —o el Faro, como lo denominan los políticos con cierta sorna—, mientras  la islandesa Björk anuncia que vendrá el 10 de agosto a tocar con su novio de Mali en un recinto donde sólo caben siete mil personas. O estaremos muy apiñados o en la fila habrá tortas. Elena Espinosa, la ministra de Medio Ambiente, viendo bullir los ánimos más exaltados en la  manifestación del pasado fin de semana en Amposta, ha cogido el metro cúbico de medir embalses y nos ha asegurado a todos que, como siga lloviendo,  no se harán  las obras del trasvase a  Barcelona.  Entre otras  razones porque   los pantanos estarán a tope y no hará falta. A mí me da en la nariz que ni ella misma se  lo cree. Sabe de buena tinta que,  para mayor dicha de los montadores de norias, tarde o temprano se estabilizará la climatología. Nadie en su sano juicio puede afirmar que el cambio climático nos vaya a traer monzones, sino una sequía veraniega de lo más profunda. Hasta septiembre van a marear  la perdiz, porque  en caso contrario tendría la señora Espinosa el dudoso honor de ser   la primera persona en el gabinete  que  llevase la contraria a la vicepresidenta del gobierno y además le ganara un pulso, de modo que no hay  más cera que la que arde. La jefa dejó muy claro la semana pasada que la marcha atrás es un mal invento. De hecho, el señor Pérez Rubalcaba,  ministro del Interior, conocedor de que somos muy tozudos por estos lares y de que llevamos inscrita en los genes una paciencia sin límites, para ponerla a prueba nos utilizará a todos de conejillos de indias con un aparato deslumbrante. Durante estos gloriosos meses, y en aras de cubrir cualquier disturbio,  enviará el ministro a Zaragoza   tres mil  policías nacionales convenientemente equipados mediante un ingenio tecnológico. El artefacto, que hará las delicias de Corcuera —el electricista jubilado inventor de la patada en la puerta y cuya ley se aplica desde Felipe González—, ha sido bautizado como  «identificador personal».  No es una placa ni  una estrella de sheriff, no se trata del identificador personal del superagente 86. Es un pizarrín electrónico con el que recorrerán los guardias nuestra  ciudad buscando sospechosos. Una vez hallado el posible delincuente, le animarán a que coloque su dedito en la pantalla, enviando  de forma inmediata su huella dactilar a la central y verificando así la identidad del sujeto. A juicio del señor Rubalcaba, este cacharro no es un invento del doctor Bacterio sino un elemento de «altísima» tecnología. Pero, ¿será una tecnología constitucional? |