De lo surrealista a lo paranormal no hay mayor distancia que unos cuantos pelos de punta. Lo noto mucho en las noticias de letra pequeña, donde los nombres propios se subrayan en negrita para engordar su importancia. No sé por qué razón en estas fechas los chismorreos adquieren para mí una dimensión tan sensible. Me pone nervioso, por ejemplo, que Carla Bruni se haya liado con Sarkozy, y adelanto que no se trata de un amor platónico. Tampoco me llama especialmente la atención su parecido con Ceciclia, la ex del presidente francés, y menos hasta el punto de ver en ella una versión rejuvenecida de la madre de sus hijos. Comprendo que si las dos se dedican a la música se puede rayar el colmo, pero que Sarko tenga un patrón a la hora de buscar pareja es una vulgaridad muy extendida. Siempre será mejor a que Cecilia pase por el quirófano y se convierta en la Bruni. Si John Derek se hubiera reencarnado de pronto en Nicolas Sarkozy - sorteando un problema complejo, pues ninguno ha muerto todavía - cualquier parecido con la realidad sería una coincidencia exacta. En cuanto a lo rápido del cambiazo - ¿cuánto duró la soltería masculina, un par de meses? - me resulta imposible dar lecciones. Los hombres heterosexuales se manifiestan como unos perfectos inútiles a la hora de mantenerse en adobo. De modo que Sarko no escapa de la media y lo corrobora el hecho de que se haya buscado una más joven. Asumamos que no es ningún esnobismo. ¿A dónde vamos a parar? A lo que de verdad me puso enfermo: imaginarme a los dos tortolitos pegándose el lote. ¿Es posible que entre ambos exista algún atisbo de química? Cuando alguien de la prensa rosa soltó que José María Aznar se iba a separar en cualquier momento y que su presunta novia era Cayeta Guillén por un momento sentí el mismo mareo. Me ocurrió igual - y no sé si cuesta 600 € - cuando Leti y el Príncipe anunciaron su feliz compromiso. Sientes algo parecido a la electricidad estática cuando te enteras de noticias así. Hay gente a la que no consigo imaginarme junta y, sin embargo, he tenido la oportunidad de comprobar desde el colegio que el romanticismo era un concepto tan voluble como la química. Lo que a unos les parce normal a otros se les antoja horrendo y al contrario de lo que yo pensaba al respecto, las parejas imposibles - por extraño que fuera - funcionaban en múltiples aspectos. El de la longevidad conyugal no es el más destacable, pero si el más evidente. Cuanto más imposible resulta la pareja más años dura. ¿Se trata de una paradoja? Si le doy vueltas a la cabeza buscando el secreto de estas uniones me surgen respuestas de interés peregrino, cualquier razón se muestra más importante que el básico combustible de la pasión. Es más, forzando imágenes apasionadas los amantes imposibles cruzan de pronto al plano de los dibujos animados, donde la erótica del poder y el poder de la erótica son exactamente lo mismo: un idilio extraño del que nadie se asombra. Al contrario, se vende a tutiplén. Sarko está tan encantado de haberse conocido que abre la puerta del palacio del Eliseo a Paris Match, la revista de un amiguete, cebándose a lo ancho de veinte páginas en la aureola solitaria de la jefatura del Estado. La Grandeza de Francia nos muestra a un presidente que liga con el cuentito de la miseria, con lo chachi que me lo monto y lo solito que estoy. Pero una vez capturada la presa y bien paseado el trofeo por medio mundo, la encierra en una jaulita de oro para su disfrute personal. Aquí cerca tenemos otro ejemplo de coleccionista. Me di cuenta gracias a la huelga de los conductores del autobús urbano y el laudo de alcaldía. La letra pequeña venía esta vez en rotulador blanco y escribió una misteriosa leyenda anónima sobre el mástil de la parada. "El marido de la pianista", decía. ¿Será un eslogan? Al instante me recordó una fantástica película, sobre una peluquera y su entusiasta seguidor, pero en seguida me di cuenta del trasfondo del mensaje. De lo surrealista a lo paranormal hay unos cuantos pelos de punta.