Uno de los ejemplos más interesante de los inicios de siglo para el cuerpo diplomático es la independencia de Kosovo. Tras la invasión para evitar el genocidio de los kosovares se creó un país de facto que los serbios terminaron por aceptar, siempre y cuando la tutela internacional no degenerara en la disgregación de otro pedazo de territorio. La antigua Yugoslavia se ha quedado reducida a Serbia, ya que Montenegro camina también por libre tras el referéndum de separación. A las puertas de Europa se encuentran llamando los que hace nada se pasaban a bayoneta calada y si en algo están de acuerdo es precisamente en entrar. Sólo lo ha conseguido Eslovenia, que por su lejanía del conflicto -salvando el episodio del bombardeo del aeropuerto de Ljubljana- apenas sufrió la Guerra de los Balcanes y mantuvo una economía saneada por sus vecinos austríacos.
Decía Josep Plá, refiriéndose al Ampurdán, que las pequeñas estructuras son el espejo de las grandes. El continente es una réplica de miniaturas, desde Rusia a Alemania, desde Francia a Turquía, se extienden cientos de originales territorios que se diferencian de sus vecinos desde antiguo. Kosovo es a los Balcanes lo mismo que Europa a la Segunda Guerra Mundial, un traje de remiendos que exige siempre otra costura, la penúltima. La Historia de la Unificación Europea es lenta y virulenta, está sembrada de cadáveres desde el inicio de los tiempos y en permanente conflicto de intereses. Si la futura entrada de Serbia se ve encadenada a la actitud que mantenga en Kosovo, no es difícil que la tutela de Kosovo se eternice durante una década. Y valdría la pena esperar si en todo el proceso no se estuviera expuesto. No existe una conciencia nacional en el continente. Se sigue observando lo que le ocurre a los vecinos como algo que pasa en el extranjero. Es señal de que se sale poco de casa, pero también de que en casa se debe estar bien. Si algo nos une a los europeos es la ausencia de prisa loca y desaforada, pero sabemos que dejando las llagas al aire, por ver si cicatrizan, cualquiera puede venir a meter el dedo y hacernos ver las estrellas. Y no precisamente las de la bandera. ¿La sociedad civil sólo se articula ante las grandes catástrofes? |