El presidente Zapatero, cada día que pasa, se parece más al rector de la Universidad Carlos III. Al menos durante sus ratos de ocio. El rector, cuando llega a casa, en vez de calzar los pies en un barreño de agua fría y echarse al coleto varios litros de gazpacho, sufre automáticamente un ataque agudo de deformación profesional. Esta anormalidad se manifiesta en la perentoria obligación de engancharse a internet durante horas repasando la veracidad de los datos que ofrece la Wikipedia. Dicha labor, que a cualquiera en su sano juicio le ocasionaría un derrame, al rector de la Carlos III en cambio le rapta la razón de manera absoluta convirtiéndole, a falta de mejor fortuna, en un académico alternativo de la lengua española. Hay que comprender que la Wikipedia es a los diccionarios lo mismo que el partido socialista a la política — o sea, una vasta amalgama donde se sumerge cualquiera y suelta lo que le viene en gana—, es fácil pues que semejante crisol levante contradicciones y genere más problemas de los que pretende resolver. Viendo el inmenso panorama de errores e inexactitudes y el enorme vacío que se abre en multitud de entradas, don Daniel Peña, el inefable rector, en vez de ponerse de los nervios, que en determinadas ocasiones tampoco lo puede evitar, se remanga la camisa y le da por currar gratis durante toda la noche con el honorable propósito de arreglar los fallos que encuentra en tan popular enciclopedia digital.
Salvando las distancias, al señorito que nos gobierna le ocurre tres cuartos de lo mismo con el léxico que rige el economato estatal. Cuando abandona su despacho, el presidente doblega su propia ansiedad sustrayéndose a la peregrina idea de que arreglará el país si consigue transmitirnos a todos una autoestima indestructible. No es difícil imaginarle frente al espejo de uno de los innumerables retretes del palacio de la Moncloa, ya sea poniendo cara de optimismo —con el fin de inyectar medio kilo de felicidad en la población— o bien buscando en la Wikipedia un adjetivo eficaz , una palabra mágica que, con su sola pronunciación, nos proyecte varios metros del suelo. Conseguir que en las libretas de ahorros, los números y las cuentas que figuran en rojo cambien de color, tendría que ser tan sencillo como lograr la sonrisa de un niño tras recibir un helado. A estas labores dedica toda la noche nuestro presidente del gobierno. Sin duda ha encontrado en la clásica herramienta del fútbol su lámpara de Aladino pero nadie negará que ha gastado sus tres deseos en alcanzar semejante limbo, pues al comenzar el campeonato nadie apostaba un céntimo por el entrenador, que sigue siendo un abuelo harto soez e inaguantable. Lo mismo que el presidente pierde mucha fotogenia cuando le mentan la crisis galopante en que vivimos, al rector de la Carlos III le ponen delante la Wikipedia y no encuentra más que infortunios y desatinos. Ninguno de los dos sabe cómo transformar el desastre que se produce por el día en una versión más edulcorada y nocturna, pero ambos desean dormir en paz y sin agobios, por eso emplean buena parte de su tiempo libre en buscar eufemismos y ofrecer una hermosa apariencia, hasta el extremo de afirmar que la situación que estamos sufriendo es, por decirlo de alguna manera, simple materia opinable. O dicho de otra forma, que todo depende del cristal con que se mira.
Aunque les gustaría en el fondo que se opinase menos, o en su defecto que se hiciera con exactitud, la realidad es que se habla al pedo y según nos cunde el trabajo, así se comprende que más de seiscientos empresarios acaben siendo juzgados por negligencia en cientos de casos de accidente laboral. De la misma forma que Esperanza Aguirre está desconcertada por vivir, como ella misma asegura, en «un permanente viaje al centro» —quién sabe si se trata del centro del abismo o de su propia alma—, en la Expo se pierden alrededor de cincuenta objetos diarios y sólo se encuentran la mitad, de modo que lo bien repartido hace provecho. Todo es opinable, no sólo la Wikipedia o la economía, sino también la sostenibilidad de cualquier proyecto. En la Expo, sin ir más lejos, sólo se recicla el 15% de las basuras y a nadie le da por hacer horas extras por la noche para reparar el entuerto. Si las cabinas de rayos UVA no tendrían que ser utilizadas por menores de edad, las telecabinas que van a Ranillas tienen un uso tan moderado que apenas alcanza los cincuenta mil usuarios, así que los de Aramón, la empresa que montó el tingladillo, en lugar de estar cardiaca se muestra expectante, que es un adjetivo mucho más tranquilizador. Ahora sólo nos falta que venga Bernat Soria, el ministro de Sanidad, a tomarnos las medidas. Veremos si los hombres tenemos el chásis modelo corcho, tapón o botijo. No hay nada como pillar el metro para sacarnos del error pero si el propio Patxi Mangado, el arquitecto que diseñó el Pabellón de España, califica la Expo de parafernalia y cacharrería, aunque todo sea opinable no seré yo quien le lleve la contraria. Sus razones tendrá. |