Charlar con un nacionalista resulta entrañable al principio pero la conversación, como la chicha, pierde jugo y sabor a medida que se agota. Comprendo la hermosura de las lenguas y de los paisajes, el carácter y la historia de sus gentes, incluso ese apego tan especial que sienten por los símbolos y los cánticos, pero pienso que a estas alturas deberíamos estar hablando sobre la colonización de Marte. La pelota en la que vivimos está hecha un asco y se nos queda pequeña, tal vez sea esa la razón por la que nos revolvemos entre nosotros marcando las diferencias. En Suecia, la iglesia luterana se ha inventado un ritual para que los matrimonios puedan separarse sin que la división represente un drama. Negar la realidad es del género idiota, y con lo retorcidos que son los renglones de Dios, se imagina uno en su ingenuidad que los pueblos, más prácticos que sus creencias, tendrían que haber encontrado ya una forma de trocear las propiedades comunes sin necesidad de encanallarse tanto.
La única, y posiblemente la más civilizada, es la de Quèbec. Lo mismo me da llamarla encuesta, consulta o referéndum. Se pregunta a la población y se resuelve en consecuencia, cabe incluso la sorpresa ante la madurez del resultado. Si no se maniobra de esta guisa es debido a los intereses económicos que lo impiden. Se refugian tras conceptos de Estado, enarbolan como si fuera un libro sagrado la legalidad y manipulan el problema hasta degradarlo en una aburrida herramienta electoral. En estas circunstancias el sentido del humor desaparece y reinventarse España resulta imposible.
Hay demasiadas añoranzas en el nacionalismo español, tantas como en el vasco, y ambas espuelas instigan el dolor de las víctimas. Si nuestro futuro se ve mediatizado por la venganza, el avance será agónico. Depende de hasta dónde se quiera llegar y el volumen del negocio. Supongo que será grande porque se opta por repetir las mismas tonadillas cientos de veces - hasta que nos guste - y se riegan con declaraciones y tertulias donde se dejan caer supuestas soluciones, tristes apaños que en esencia son auténticas salvajadas. Mantener viva esta mentira es demasiado caro y los efectos secundarios de este lavado de cerebro son igualmente lamentables. La rayadura de coco no es solamente un freno a la imaginación. Cuando la vida en blanco y negro se impone, la indignación y la violencia emborronan el cuadro reiterando siempre los mismos principios, negándonos la salida del círculo vicioso y condenándonos a repetir los mismos errores. Salta a la vista que por este camino no se llega a ninguna parte, pero da igual. El sistema funciona así y como una cuestión de fe estamos obligados a digerir una y otra vez sus propias heces. El miedo al pasado es tan poderoso que sigue siendo rentable. |