El increíble Aznar sigue dando la brasa con que el hecho de conservar nuestra historia es lo mismo que mantener —supongo que en formol— las raíces del cristianismo peninsular. Se remonta este individuo a la época de Pelayo y a la reconquista de las taifas moras, promoviendo una Europa trasnochada, proteccionista en lo económico y frente a la diversidad, y en su pensamiento retrógrada.
Este barro mental, a juicio de nuestro superhombre, es lo que priva en Europa, que para él se reduce a Polonia, donde estudian el catecismo y se refugia la retaguardia vaticana. No se da cuenta el increíble Aznar de que se ha quedado más sólo que la una. El planeta de los políticos es hoy más hipócrita que ayer pero menos que mañana y se puede conseguir lo mismo —como hace Obama— sin necesidad de caer en el ridículo de Aznar o el estupefaciente descaro neoliberal de su amiguete Bush.
A estas alturas de la película es cuando Obama se despierta y suelta la sandez de que «ha llegado la hora de tomar medidas». Lo dice después de volver de vacaciones y habiendo pasado ocho meses desde que tomó posesión del cargo, el pasado 20 de enero. A saber lo que ha estado haciendo hasta hoy, aparte de compararse con Kennedy. No hay más que ver a Peta Zeta, que no tiene complejos en retratarse con Berlusconi, un sujeto despreciable donde los haya y que —a falta de mejor piropo— se califica como el mejor primer ministro de Italia.
Que sea el jefe de un país europeo no significa que haya que aguantar sus chanzas, pero las tolera y ahí están los dos reclamando una política de inmigración para el continente. Así que no es necesario convertirse en un fantoche como Aznar para seguir el juego de las corporaciones y los intereses financieros, con escuchar al presidente de la Generalitat, que se describe como un socialista, basta e incluso nos sobra. Míster Montilla se ha desinhibido tanto que otorga a los fachas el derecho de manifestación, acogiéndose además a que las gentes de Arenys de Mar no hacen otra cosa que echar leña al fuego y darles cuerda proponiendo consultas por la independencia catalana. ¿Será lo mismo imponer dictaduras que buscar la secesión? Y en ese supuesto, ¿acaso no tienen igual derecho también los republicanos a manifestarse porque los fachas hayan logrado llevar al Tribunal Supremo al juez Baltasar Garzón? Nunca se sabe. Todo depende de los intereses y de los pactos. Y el más viejo es precisamente el borrón y cuenta nueva de la Transición, que levantó la enorme hipocresía política que nos envuelve. La raíz del problema, a la que nunca se alude pero que siempre aparece, es la desgraciada manera en que se cambió de régimen en este país, donde su herida fue al mismo tiempo su remedio. El silencio cubrió de polvo los cadáveres de las cunetas y de miedo las conciencias.
Desde los años 70, la raíz se ha ido enterrando en escombros, conflictos y problemas, tantos que es imposible volver atrás y analizarla con lupa sin caer en la vergüenza propia y ajena. La nueva «realidad aumentada» que impone la tecnología en nuestras vidas acaba además con todo aliento de justicia y nos devora a diario la mollera con jolgoriosos entretenimientos. El último aparece esta vez de la mano de Google Maps, que ha creado un monopoly global para que el pueblo llano disfrute creyendo que compra plazas y calles, rascacielos enteros, mediante un negocio virtual. Se trata del «Monopoly City Streets», capricho que se atasca continuamente pero que si tienes «la fortuna» de participar puedes fundirte esos millones de euros —que jamás tendrás— en el noble arte de la especulación urbana. Por un rato podemos sentirnos igual que Rothschild o Rockefeller. |