Todos los indicadores económicos parecen estos días haber enfermado de golpe, como si el sistema no estuviera malito desde antaño maricastaño. Como si las casas no hubieran costado siempre un pastón. Como si las nóminas hubieran sido útiles para generar algo mejor que la sociedad vegetal donde nos vamos desarrollando. De tal modo nos hemos acostumbrado a crecer en este páramo, que no acabamos ya de comprender si lo hacemos sobre suelo firme o en arenas movedizas.
En esta esquina del continente, donde circulan más billetes grandes que pequeños, saltan las señales de alarma internacionales y se pregunta la peña, poniendo un cirio a san Euribor, ¿a qué tendré que renunciar en breves? Fuera corre un viento mal sano, de marejada. Los fondos de riesgo y los créditos hipotecarios de Yanquilandia son un bluf. No hay pasta detrás, liquidez. Como si el dinero tuviera la pasmosa facultad de cambiar materialmente de estado, resulta que al coger cierta presión se gasifica. El fenómeno se ha registrado en forma de pitído estridente, idéntico al que hacen las ollas. Los Bancos Centrales se apresuran entonces a echar millones sobre las entidades financieras, las cuales tienen que aflojar precipitadamente la mosca y les ha pillado el sofoco en pleno verano. Sin un clavel en la caja fuerte. No es que les hubiera visitado El Solitario, lo tienen todo guapamente invertido. Colocado. Germinando.
O se debe más de lo que se gana y los pagos asfixian a la población, o se quiere ganar más de lo que se debe y para que se reproduzca bien el parné has de quedarte con lo que cabe en el bolsillo. Las dos circunstancias a la vez no generan otro efecto que la paranoia colectiva. Se oye por todas partes la misma cantinela: ¿la nflación enseñará los dientes? Se habla ya de que habrá que dar el callo a cinco o seis turnos, como en la Papelera. Y eso que en la Papelera sólo falta que se empadronen allí. Es lo primero que se pone encima de la mesa para que a los empresarios les merezca la pena levantarse de la cama. Así que habrá que atarse los machos. El problema es dónde, porque el modelo chino causa llantinas de envidia entre los pudientes. Son los síntomas de la Recesión, no lo dudo, pero menos mal que la historia es cíclica. Que a un periodo de vacas flacas le sigue otro de megavacas. Y que Dios aprieta pero no ahoga. Será que nos da placer. |