La Reina y Tú
martes 2 de octubre de 2007
© Sergio Plou
Artículos 2007

    El Rey está yayo. Se nota en los pasamanos y en los discursos, que ya no son tan frescos. Nunca lo fueron, es verdad, pero el tono de la Corona ha sido siempre monocorde. Si no eres un prodigio de la comunicación, tus asesores de imagen no pueden hacer otra cosa que convertir esta incapacidad en tu marca de fábrica. Así que la lozanía monárquica consiste en aburrir a las moscas. En ocasiones adquiere el rango de una nana, aunque no deben superarse mucho las expectativas. Una lectura sin matices y con escasas o nulas inflexiones de voz es justo lo que se espera del Rey, pero la edad no perdona. Su efecto soporífero no es tan letal. Al leer, la lengua se le vuelve de trapo. Se desorienta y presenta una imagen general en decadencia. No en vano le cuelga el papo y el ojo derecho, así que conviene fotografiarlo de lejos porque de cerca desmejora un montón. A cinco o diez metros de distancia tampoco es lo mismo. Mientras camina ofrece el aire desgarbado de siempre debido a su altura, sólo que ahora parece menor en nobleza, como el de una jirafa anciana que estuviera buscando su propio equilibrio. Qué hacemos pues con la imagen del Rey, ¿obligamos a todo el mundo - como hacía Sara Montiel - a que coloquen un filtro tupido delante de sus cámaras? ¿O nos rendimos ante la evidencia de que está gordo el viejo y encima le da al pimple?
    La censura alrededor de la Casa Real - el delito de Lesa Majestad - es el gancho de los mediocres, la copita de ojén que toman los enfáticos antes de soltar un exabrupto. El irremediable Jiménez Losantos, la almeja macha del periodismo con gas, conocido por su naturaleza flatulenta, no lo pudo evitar. Ese bombero torero de la ondas sacerdotales llegó a pedir desde la Cope la abdicación del monarca en su hijo y al mismo tiempo colocó a los curas en un brete. A la Conferencia Episcopal la ponen enferma los compromisos y con la hipocresía que la caracteriza (incluso que la caricaturiza), se desentendió ayer de las opiniones de su empleado. En un alarde malabar pidió incluso a los presentes que rezaran por el Rey, debido a las injurias que el pobre hombre estaba recibiedo. Los más serios analistas afirman que este tipo de declaraciones son las que realmente han obligado a la Corona a salir a la palestra en Oviedo defendiendo el trono y el buen asiento de sus posaderas. Suponen que el alto linaje del Rey impide la defensa del honor ante los desgarramantas, aquellos que hacen chanza de su hijo mediante dibujos o los cuatro pirados que salen a la calle prendiendo fuego a las fotos de la Familia Real. Es posible. En cualquier caso y sin defraudar a la galería, el Rey empleó un montón de folios lisérgicos para decir lo chachi que se lo monta y lo guay que nos va. Los traductores de la Real Modorra se han apresurado a indicar que la dimensión del problema debe de ser grande cuando es la cabeza de la propia institución la que sale en su propia defensa. Yo pienso que es tan solo una cuestión de edad. No sólo la suya, sino también la de sus súbditos.

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