Cuando soy capaz de contrastar infancias, comprendo que la mía no fue tan horripilante como para generar fobias. Nadie me estuvo chuleando en un tenderete de Bangkok ni me puso a coser zapatillas de piel de canguro por media rupia, aún así no acabo de encontrarle la gracia a esa época de la vida en la que siempre adoleces de algo. No sé lo que haría si fuera maestro y tuviera que levantarme de la cama pensando que debo de aguantar a un montón de niños dando la tabarra, un día tras otro, hasta el verano que viene. Tampoco me gustaría cargar la pesada mochila de libros nuevos y encaminarme a clase pensando que debo armarme de paciencia para resistir el encuentro con una pandilla de profesores en evidente depresión. Menos mal que a mis añitos el cole no es obligatorio. Ver los autobuses escolares cegando el tráfico y observar las patéticas escenas de despedida en los centros, me teletransporta a la infancia y no me agrada en absoluto. Si gozara de superpoderes, borraría de los telediarios este tipo de imágenes falsamente costumbristas, postales que vienen a certificar que los colegios se inventaron para aparcar a los críos mientras sus progenitores iban a buscar la manduca. Se puede optar por la versión estatal o la que cree en un mago que se sacó de la manga el universo entero, pero no existen opciones prácticas. Es como si las prácticas hubiera que abonarlas a parte en forma de extraescolares.
En Madrid estuve hablando con unos padres recién escudillados y otros que ya llevaban más de ocho años de dedicación, sobre la importancia de crear aulas libres de enseñanza. Es lamentable que la chavalada, cuando se haga mayor, reproduzca en los trabajos comportamientos escolares, pero es mucho más triste que no sepan cambiar un enchufe o arreglar la cisterna del váter. Desde luego es un tema mucho más importante que la surrealista controversia entre impartir educación para la ciudadanía o aprenderse la vida de los santos. Pero es que, a parte de la educación sexual, básica donde las haya, ¿puedes decir que has pasado por el colegio sin freir un huevo? ¿O acaso pretendemos comer siempre de restaurante? |