Leyendo la última condena de la Audiencia Provincial de Zaragoza se me cae la cara de vergüenza. No comprendo cómo se puede condenar a unos sujetos a siete años y medio de cárcel por intento de asesinato, sobre todo cuando se consideran probados los hechos y concurre el agravante de actuar por motivos racistas. En la sentencia se afirma además que los agresores actuaron a conciencia, generando una caza irracional por las calles del Actur y levantando un pasillo criminal en la acera. ¿Es una pena suficientemente aleccionadora? Y si no cabe una respuesta mayor, ¿acaso no habría que cambiar las leyes? Desde que en este país se instauró la democracia los movimientos fascistas han campado con cierta impunidad buscando en las generaciones más jóvenes su cantera más descerebrada. Resulta patético que algunas de sus sociedades hayan logrado legalizarse y puedan ejercer además el derecho de manifestación cuando celebran cualquiera de sus estúpidas conmemoraciones. Este subproducto de individuos, adoctrinados en la criminalidad, actúan de manera tribal organizando batidas según azote el aire sus deterioradas neuronas. Eligen siempre a las víctimas más desamparadas allá donde se las encuentren, y si en ocasiones resultan impredecibles, en otras en cambio se muestran obvios. A la salida del fútbol, por ejemplo, pueden realizarse soberbias redadas y no me explico todavía cómo no se actúa con firmeza ante los delincuentes más peligrosos. La prohibición de símbolos e insignias nazis, de eslóganes xenófobos y racistas en prendas de vestir, o la compra-venta de objetos que pudieran tener el doble uso como arma, ¿harían más opaca la presencia de estas bandas? Desconozco si estadísticamente hablando esta permisividad produce un mayor número de detenciones. Tampoco comprendo por qué, desde la más tierna infancia, no se pone en conocimiento del Tribunal de Menores las inclinaciones de ciertos críos, para que les hagan un seguimiento y de paso les asignen un psiquiatra de guardia. Nos evitaríamos de esta manera que las conductas antisociales de sus inicios degeneren en la adolescencia o se vuelvan criminales al llegar a la edad adulta. Resulta preocupante también que la puerta de acceso a tan abyectas mentalidades comience a fraguarse desde la manipulación de conceptos esotéricos. La excusa en la captación de adeptos busca construir una creencia sectaria, donde lo mismo caben las celebraciones nórdicas, el tantra tibetano o las fiestas solares celtas. Si bien es complejo que todas estas organizaciones consigan promover un espacio internacional propio, debido sin duda a las contradicciones raciales que surgen entre ellos mismos, salta a la vista que algunas de ellas en Europa logran financiar movimientos en varios de sus estados miembros. Mantener un vacío legal que permita su crecimiento es peligroso, así que habrá que actuar en consonancia y en varios frentes a la vez. |