Los seres humanos estamos rara vez preparados para asumir el liderazgo, tanto el de nuestro propio proyecto como el diseño común de cualquier empresa medianamente grande. Es una virtud que se aprende superando los problemas sobre la marcha o por generación espontánea, casi nunca por el estudio. En esta tierra, además, se confunde el poder con la autoridad y la sabiduría con el negocio. En lugar de promover leyes amplias que favorezcan el desarrollo mayoritario, se levantan tapias y banderas para someter al resto de la comunidad bajo los intereses más sesgados. El progreso conjunto parece el territorio imposible de los santones. Nadie se esfuerza en llevar a la cúspide un jefe sin bolsillos. O todavía mejor, con los bolsillos rotos. El liderazgo se utiliza en beneficio propio y además se tacha de ingenuo o de hipócrita al que piensa lo contrario. La política es el vivo ejemplo de esta confusión. Se alimentan las facciones de un mismo núcleo de pensamiento para que rivalicen hasta reducir el proyecto incial a cenizas. Una zona espesamente abonada para que crezcan las malas hierbas es la derrota electoral. Resulta fuera de toda lógica que un partido como el Popular, que logró estar en las pasadas elecciones a un paso de la Moncloa, se ahogue en un vaso de agua a merced de los personalismos. Supongo que en los planes de estudio no existen asignaturas que dignifiquen la responsabilidad y el sacrificio que implica dirigir organizaciones ciudadanas de tal envergadura. De hecho, se observa el asociacionismo como una pérdida de tiempo tan grande que arrimar después el hombro para levantar una institución se antoja no sólo un premio, si no la herramienta más adecuada para medrar en todos los campos. Sin embargo, proyectarse individualmente y engordar la libreta rara vez es compatible con desarrollar un servicio público. En los países más avanzados de Europa, los políticos tienden a pasar desapercibidos y la población lo agradece. Entiende que el mejor trabajo que puede hacerse en la esfera pública es silencioso y anónimo. Sólo recuerda el nombre de quien lo hizo rematadamente mal o quien se entregó de tal forma que merece pasar a la Historia en sus calles y plazas. El dinero público es sagrado y el cargo que se ocupa para ejecutar las partidas económicas es siempre ocasional. Se ha de estar dispuesto a dejar la silla en cualquier instante, no sólo por la responsabilidad y el engorro que representa sino también por una razón que todo el mundo comprende: la necesidad de una vida privada, ejercer la profesión de cada cual. Convirtiendo la política en una profesión más los líderes tienden a apalancar sus culos sobre las poltronas y por lo tanto pierden la condición de tales para construir jefaturas. Si el liderazgo se adquiere cuando eres jefe, las estructuras se resienten para adecuarse al que manda, circunstancia que favorece las envidias y las camarillas. Confundir a los líderes con los jefes es gratis pero es fácil descubrir las diferencias. Crear un equipo no es lo mismo que montar un club de fans. La horizontalidad en la toma de decisiones y el ordeno y mando representan dos maneras muy distintas de hacer y de sentir |