El segundo de abordo en la barquichuela del Ministerio del Medio Ambiente, don Josep Puxeu, comentó ayer con toda alegría en un periódico conservador —¿alguno no lo es?— que el río Ebro se puede tocar. Aunque al paso que vamos es probable que el río sea una ilusión dentro de unos años, mientras no alcance el rango de virtual todavía es cognoscible por el tacto. Lo cierto es que lleva más de media docena de trasvases, según don Josep, pero en cualquier momento si es necesario aguantaría otro más. Es cuestión de proponérselo. La diferencia entre lo que se puede y no se puede tocar viene dictada desde el negocio mondo y lirondo. Por eso al Ebro no sólo podemos tocarlo, sino que le están metiendo la excavadora hasta los menudillos con absoluta desfachatez. Se hace a plena luz de la luna frente al meandro de Ranillas, que es todo un prodigio ecológico de la ingeniería peninsular. El dragado se desarrolla con nocturnidad y alevosía para que las barcas de los turistas consigan llegar a la Expo como por arte de magia, sin que nos demos cuenta de la carroña que han dejado las obras en el cauce y evitándonos así la fea contemplación de la maquinaria sumergida hasta la pala en las aguas y a pleno sol, en contra del concepto más básico del desarrollo sostenible. No sé lo que pensará don Pedro Arroyo, insigne activista, cuando hable hoy en la tribuna del botijo —el Faro, para los guapos— sobre las pugnas internacionales del agua, pero como estamos en época de rebajas seguramente se hará el loco. Meter mano a lo intocable requiere cierta invisibilidad, indiferencia popular y grandes dosis de cinismo. Mientras se draga el Ebro para nada, porque los barcos no llegarán ni en un mes, continúa el guirigay de los quioscos en las riberas, de los que igual abren alguno la próxima semana. La culpa de todo la tiene el Ebro, que se crece cuando le peta, de modo que no me extraña que intenten meterlo en cintura para que cumpla las expectativas económicas. Es una cuestión de autoridad. Igual que Carme Chacón, la ministra de Defensa, barre toda la cúpula militar de sus cargos recién concluido su permiso de maternidad, para que la tomen en serio y para postularse como la nueva jefa del partido cuando Zapatero se canse, que aún le queda cuerda al señorito, don Marcelino Iglesias, el presidente de Aragón, también quiere su ración de poder y por eso está dispuesto a que, como dice el Estatuto, sea de su exclusiva potestad fijar la fecha de las elecciones autonómicas. Como es algo que se puede tocar, don Marcelino extiende la mano y se lleva al huerto de su despacho semejante facultad. De paso, y para quedar chachi, presenta un plan energético para la próxima década, gracias al cual nuestra estomagante pseudonacionalidad histórica se compromete a consumir tanta energía como produzca. ¿O es al revés? De cualquier modo, el jefe pretende depurar el 90% del agua de nuestros ríos e incrementar los parques eólicos, las placas solares y el sistema de biomasa. Resulta chocante que hoy mismo el gobierno estatal suba el recibo de la luz eléctrica entre un 5% y un 7%, desentendiéndose de las tarifas de ahorro nocturno, así que los más ecológicos tendrán que comerse los radiadores entre pan y pan. O llevarlos a un punto limpio. En cualquier caso podrían tirarlos directamente al río que, con la mierda que saca la excavadora, apenas se notará. El Consejo de Administración de Expoagua, que se reunió ayer, viendo que todavía cabe más peña en Ranillas y que sería una pena desaprovechar el tirón, acordó crear el tiquet de noche al precio de quince euretes fijando un aforo máximo de sesenta mil almas. Al mismo tiempo se fundió millón y medio de euros en contratar mil cuatrocientos anuncios de treinta segundos como publicidad en las televisiones europeas, bajo el ecológico eslogan de «ven y diviértete», que total son cuatro días. Los jefes del cotarro, para curarse en salud, manifiestan que estas medidas no tienen ningún afán recaudatorio porque —«your atention, please»— estas acciones «no dan para pagar ni la mitad de los gastos operativos». Excelente eficacia. Tacto genuino el de los jefes de la Exposión Internacional, al fin y al cabo sería un fracaso rotundo que pudiendo hacer algo no se haga, aunque no sirva para nada. Es como abrir la Biblioteca Tecnológica de la Azucarera, tras dos años de retrasos, y que no haya ningún libro por allí. ¿A quién le importa? Vivimos en la eterna época de las Rebajas, donde todo lo que se puede tocar está a la venta. Lo importante es consumir, aunque sea a precios de saldo. |