Los días peores viernes 2 de diciembre de 2011
Sergio Plou
El seguimiento a Mariano resulta tan exhaustivo que comienza a dar grima. Los grandes empresarios cuchichean de él que es un blandengue, los sindicalistas afirman que tarde o temprano revelará la bestia parda que esconde en su interior y los del gobierno en funciones aseguran que es un trol disfrazado de gnomo, corroborando además que llegará el día en que echaremos en falta al majete de ZP, tan incomprendido por la historia como por sus coetáneos. En fin, como hay días malos y también los hay peores, hasta Mariano se ha dado cuenta de que corre riesgo de entrar en «default». Por eso, y a punto de herniarse, ha tomado una decisión memorable, la de adelantar el cambio. Me refiero al cambio de jeta, porque no hay ninguna perspectiva para efectuar un cambio auténtico. El apresuramiento de Mariano no refleja ningún progreso, consiste tan sólo en avanzar este suplicio una jornada y su propósito es básico: que no coincida con el sorteo de navidad. Ya tiene bastante cruz este hombre con la de los caídos. Ganar las elecciones durante el aniversario de la muerte del dictador y jurar el cargo mientras cantan el gordo ningún cuerpo —ni siquiera el legislativo— soportaría la infamia sin hacer chanzas. No está el horno para bollos, ya saben. ¡Con la que está cayendo y como están las cosas! ¿Se han parado a contar las veces que oímos estos ripios al cabo del día? Las que haga falta, por supuesto. Es un fantástico lavado de cerebro, ¿no creen? A nadie llama la atención que ni se oigan las discrepancias. Remar a contracorriente es propio de locos. Ningún político se atreve a decir que sacrificar a la mayoría en beneficio de unos pocos es un crimen contra la democracia. Y menos aún cuando la mayoría de los que votan están aceptando el harakiri. Nos han vendido un cambio de rostros para seguir por la misma senda y como nos lo hemos tragado a conciencia, ya pueden pasar a la siguiente prueba. La consigna general de ahora mismo es que hay que estar preparado. La alerta es de carácter constante y se receta en todos los medios de una forma obsesiva. Que si la prima sigue subiendo, que si la Merckel y el Sarko no se aclaran, que si vienen los recortes... Todos los augurios precipitan en una especie de acabose donde alguien, no se sabe quién, ha puesto la cuenta atrás de un reloj definitivo: en una semana, a lo más tardar, nos vamos al guano. Identifican el guano con la cruijida del euro, lo más parecido al fin del mundo que los jefes se han sacado del forro. Y no duden que vendrán a «salvarnos». Sin ningún complejo además. Para que traguemos las medidas que plantean nos van a pintar un panorama dantesco y nos dirán después que va siendo hora de dar un paso al frente, que ya nos veremos luego rodando por el precipicio. Es lo que hay, no se preocupen. En el supuesto de que saliéramos indemnes, los responsables de esta situación nos pondrían a cavar tumbas. Hay que ahorrar, por supuesto, y cualquiera sabe que es imposible hacer una tortilla sin romper huevos. ¿Y en qué instante del camino se torció el rumbo? ¿En qué frontispicio está escrito que haya que salvar a los ricos y comerse crudos a los más pobres? Supongo que en la ley de la jungla, y lo que no se atenga a tan magno principio es sin duda un panfleto. No se puede cambiar la marcha, ya saben. No interesa. Jordi Solé, del Centro Superior de Investigaciones Científicas, está convencido de que no existe el menor interés de cambio, por eso la crisis que vivimos no acabará nunca. El petróleo se agota, las materias primas tienen fecha de caducidad y sin embargo se actúa como si fueran derrochables. Nos anima a dejar de soñar con tiempos pretéritos y a construir un sistema diferente, porque si seguimos a estas marchas obtendremos lo que andamos buscando: el colapso y el derrumbe, lo que denominamos simplemente el caos más absoluto. La economía no se va a recuperar, menos aún sin realizar profundos cambios en su estructura y si algo queda claro es que los jefes no están por la labor. Están en otro plano y sintonizan en onda corta. |