A los que tenemos un problemilla con la autoridad, dejando a los piratas a un lado, en seguida nos entran con increíble facilidad los impecables. Se quejan a menudo de lo políticamente correcto y al hablar del Estado ponen el grito en el cielo. Su verborrea es muy campechana y popular, emplean las palabras en un sentido convencional y presumen siempre de sintonizar, aunque sea en frecuencia modulada, con el cerebro de la gente sencilla y más humilde. Dicen los impecables que han llegado hasta donde están por méritos propios, que no le deben nada a nadie. Presumen de su honradez tanto o más que de su espíritu de sacrificio, pero desde el podio en el que están cogen el rábano por las hojas, se cuelgan medallas de chocolate y se quejan una barbaridad, con el insano propósito de que nada cambie.
A los ácratas, por neurosis o por convencimiento, pronto se nos encanta con actitudes conspiranoicas y dedicamos buena parte de nuestro tiempo a quitar disfraces, desenmarañar revoltijos y pulir fachadas. Nos disgusta profundamente sentirnos engañados, nos fastidia que nos tomen el pelo y cuando nos damos cuenta solemos castigar a los impecables con el látigo de nuestra indiferencia. Es un entretenimiento como otro cualquiera, pero si hay un asunto que nos desagrada particularmente de estos individuos es su aguda tendencia a ridiculizar la igualdad entre los sexos, muchas veces mediante expresiones zafias. Cada cual tiene derecho a labrarse su propio descrédito como crea conveniente y no tengo por costumbre hacer propaganda de los impecables, siquiera para ahondar en su desprestigio, ya que suelen sacar punta a la polémica más idiota con tal de hacer caja y venderse a sí mismos. Es el engatusamiento, la engañifa, la ilusión de una libertad tan salvaje como fingida, lo que eleva a los impecables hasta un espacio de poder. Desde allí adoctrinan contra la evolución de los tiempos cubriéndose con el antifaz de la acracia, clamando contra la persecución y la omnímoda corriente estatal de legislar hasta los hábitos y costumbres o graznando lindezas de matiz misógino, haciendo chanza y dando cuartel a las mentalidades más retrógradas.
Si en verdad hay una idea que clarifica y posiciona políticamente a los impecables es su animadversión sin disimulo a la igualdad de géneros. Igual que un sij levanta el libro sagrado, ante el cual se postra y persigna, los impecables usan el diccionario como una herramienta de control. Con el dedo señalan el texto y con sus palabras lo protegen. Nunca lo han hecho con semejante virulencia y empeño frente a los neologismos, sin embargo al tocar los géneros se ponen como locos. A buena parte de los conservadores, que van por la vida disfrazados de libertarios, no hay más que mentarles la igualdad de géneros para descubrir en realidad del pie que cojean. Es el talón de Aquiles de los «impecables», su «top-ten». |