A mayores problemas económicos, mayor conservadurismo internacional en las urnas. Portugal y Alemania van girando a la derecha. Aunque no se sabe dónde habita la izquierda, y comenzamos a entender que sólo se ha probado de forma esporádica en el planeta, la peña sostiene que durante los periodos de crisis es precisamente la chusma que se ha enriquecido con los robos y los desfalcos la única capaz de sacarnos del caos. Resulta apasionante creer que los ladrones, en un mundo de atracos, cortan el bacalao mejor que la gente honrada. El único contratiempo de los que se dedican a la mangancia es que tengan la caja vacía, mientras se la vayan llenado miel sobre hojuelas. Los corsarios de las finanzas están contentos porque después de darnos el palo los gobiernos les han vuelto a llenar la saca y visto que la jugada les ha salido redonda nos siguen robando a manos llenas. Así da gusto.
El capitalismo mondo y lirondo ni por asomo puede plantearse ajustar los magníficos salarios de jefes, ejecutivos, brokers y demás pandilla, porque son los que nos zurran la badana. Subirles los impuestos es una locura, porque cogen la pasta y se la llevan a otra parte. Además lo hacen en plan electrónico, o sea, con banda ancha y en veinte segundos. Los sabios exploradores de la economía nos hacen creer que los paraísos fiscales ya no son lo que eran, que hay una lista negra de países turbios y que se investigan las cuentas numeradas. Los «off share» —que en inglés queda más fino que en castellano— se han puesto a colaborar que da gloria verles y se comprometen a pasar información del dinero negro que corretea por sus naciones. Los paraísos fiscales firman que van a ser muy transparentes y entonces salen de la lista negra. ¿Con quién firman y con quién colaboran? Pues firman y colaboran entre ellos. Andorra firma con Gibraltar y con Mónaco, las Islas Caimán con Antigua y Barbuda, Singapur con las islas Cook, y a otra cosa mariposa. ¿No es fantástico? Basta que los paraísos fiscales se comprometan a formar un holding de intereses para que se les considere buenos chicos. ¿Será culpa de los ninja?
A la sociedad en su conjunto le han calado hondo las hipotecas ninja. A su alrededor se ha ido gestando la explicación más facilona de la crisis. El problema, sin embargo, está en los gestores, técnicos y ejecutivos que se lucraron vendiendo casas a quienes no podrían pagarlas nunca, y que siguen hoy haciendo de las suyas sin que nadie les eche el guante. No hay leyes que impidan forrarse a los sujetos que emplean viejos timos de carácter piramidal. Y si las hay, no se aplican.
Las deudas contraídas gracias a los impagados han creado agujeros maravillosos en los bancos y los gobiernos del planeta no han hecho otra cosa que convertirse en avalistas de su rapiña. Un timo se tapa con otro y abre camino al siguiente. La deuda se alimenta de otras deudas y genera intereses y comisiones, que luego pasan a bolsillos de los timadores en un pispás. ¿Qué hacen con esa pasta? Llevársela fuera. ¿Y cómo se cierra después una deuda tan interminable? A escote. Se suben los impuestos y ya está. En un estado del bienestar, subir los impuestos no tendría que ser tan inquietante, lo lamentable es que se haga para tapar los agujeros que han dejado los que se pusieron las botas.
Merece la pena ver la película «El soplón», que se proyecta en las salas de cine, para hacerse una idea de hasta dónde llega la corrupción en las corporaciones. Resulta deslumbrante observar lo fácil que es llevárselo calentito cuando se goza de manga ancha en una multinacional, de modo que ni sienten ni padecen las crisis estos ciudadanos intocables, sin tacha y de buena posición, cuando suben los impuestos. No les afecta porque tienen donde agarrarse. Los ladrones de guante blanco —los jefes y el estrecho círculo que les rodea— ven caer a dos o tres testaferros y ahí termina la historia. Ningún país les mete en cintura porque, sencillamente, son ellos los que trinchan y cortan. Da lo mismo quien haya en el poder, el timo no termina nunca. Como mucho se transforma. |