En la jerga de los empresarios hispanos se habla mucho de pelotones. Y no se refieren a los del fútbol. Engordan el pelotón o lo pinchan como un globo, lo hacen transparente, le endosan a otro el pelotón o sencillamente se lo comen con papas, pero nadie sabe a ciencia cierta de dónde ha salido este curioso modo de aproximarse a las deudas propias y ajenas mediante la metáfora del pelotón. Igual que las abejas van creando una pelotilla con el néctar que han extraido de las flores, para así transportar mejor hasta la colmena su preciado alimento, los jefes manosean una y otra vez sus deudas con el mismo primor que un alfarero acaricia la arcilla o con el candor de una costurera cuando teje. Lo único que ocurre es que la madeja, en lugar de agotarse, crece y los empresarios se ven sumidos en una espiral acojonante de créditos que tapan otros créditos, deudas que se superponen unas a otras, impagos que se solapan con los propios y ventas que disminuyen hasta crear un horizonte negro muy conmovedor.
El sarcasmo de los pelotones escapa de boca en boca. Mal de muchos, consuelo de tontos. ¿Qué tal va el pelotón? ¿Y de cuánto es tu pelotón? La noticia no radica en el «verdor de los tallos», eufemismo económico con el que intentan los políticos insuflar esperanza, sino en el grosor del pelotón y en el chismorreo sobre los pelotones ajenos. Una de las cajas de ahorros aragonesas, a fuerza de comprar empresas, tiene un pelotón del demonio y ya no sabe qué hacer con él. Un conocido empresario del gremio de los coches, emparentado con una ilustre dama de la política local, ya no sabe cómo esconder su pelotón para que su señora no sufra los embates de una mala publicidad.
Los empresarios huyen hacia delante confiando en que algún día escampará, en un mito de Sísifo permanente y con su inflamable pelotón a cuestas.
Mientras los gobiernos pronostican un hermoso futuro de paz y bienestar, los jefes amasan sus deudas una y otra vez, las cubren con ayudas, subvenciones y créditos que apenas salvan las nóminas del mes en curso. Regulación de empleo, erre que erre, y vuelta a empezar. Es el eterno retorno al pelotón, no hay otra charla, igual creen que hablando entre ellos de sus deudas irán menguando. Pero en la soledad de lo más íntimo se mesan los cabellos fruto de la ansiedad. ¿Hasta cuándo aguantará el pelotón? ¿Es posible que los pelotones puedan engordar de manera insaciable y sin llegar a estallar nunca? |