La operación Guateque viene a demostrar que las mordidas existen más allá de la Marbella de Gil. En la capital del reino también se ha destapado un marrón considerable, una caquita de a seis mil euracos el movimiento de papel. El negocio es sencillo: si quieres que se agilice el papeleo aflojas la mosca, y si no te rascas el bolsillo ya te puedes olvidar del trámite. Sólo es cuestión de cambiar los documentos de mesa, de bandeja o de cajón, estampar un sello o una firma, estar antes o después en una lista interminable de asuntos que colean. A veces unos centímetros de más representan un mundo de luz y de color. La diferencia entre abrir un negocio o esperar a que se caiga una casa. Que te concedan un permiso o te prohiban lo que sea terminantemente. Basta un soplo del viento, una mano tonta, un cariñoso empujoncito en la dirección adecuada para que se ponga cualquier asunto en movimiento. Allá donde se corta el bacalao debe existir un comportamiento intachable. O en su defecto una paga disuasoria. El que las ve pasar por delante, si está hipotecado hasta las cejas, acaba soltando que son seis mil euracos, prenda. Lo tomas o lo dejas.
Rara vez aciertan lo policías bautizando operaciones, pero esta vez han estado sembrados. El guateque suena a fiesta rancia y timorata, a picardía vieja. Y es muy viejo el dicho de que «en el ayuntamiento paso lento y en el Estado, tumbado». Las malas lenguas siempre han visto en este refrán que si se aceleraba un expediente es porque conocías a alguien o habías dejado caer un regalito sobre tal o cual mesa.
Este mamoneo con las mesas, más que una sospecha general es un arcano imposible de arrancar ya del cerebro de los contribuyentes. Con el dichoso 3% de mordida que cobraba el gobierno de Convergencia en Cataluña para sufragar el partido, se alcanzaron cotas magistrales de desvergüenza y si quedaba alguna duda sobre la mangancia restañó de inmediato. Son pocos los ingenuos que piensan aún que el servicio público, a según que alturas, es un prodigio de honradez y jsuto arbitraje, así que el pufo descubierto en el ayuntamiento de Madrid no ha podido escandalizar a nadie. Sólo a los hipócritas y a su propio alcalde, que se ha hecho de nuevas en el fregado. La táctica de personar al consistorio en la causa como damnificado por lo visto se le ha ido a hacer puñetas porque hace un par de años, cuenta la oposición, que un alma cándida avisó al señor Gallardón del trapicheo que se llevaban entre manos un puñado de corruptos. El gachó - faltaba más - ni cayó en la cuenta. Hay cartas sobre la mesa que pesan demasiado. Supongo que no sólo hay cartas, sino barajas enteras, porque nadie mete la mano en el plato sin tener las espaldas cubiertas. El tráfico de influencias es un perfume inherente al negocio del ladrillo, sólo hay que tener nariz. Aquí a las cosas que huelen se las etiqueta como alimentos: los conguitos, la salchicha, los cachuetes... Esta caprichosa nomenclatura identifica zonas muy concretas en el plano general de ordenación urbana. Incluso en la misma Expo. |