Hay un punto de desesperación en la foto del quad que le han pillado a la alcaldesa de La Muela. La vemos conducir sin casco por las calles de un pueblo rodeado de generadores, urbanizable y ventoso, acompañada en la parte de atrás por uno de sus hijos y dando la impresión de comerse la vida a mordiscos, cuando es precisamente la vida la que se la está comiendo a ella, aunque la unte de caviar. Las trazas, aspecto y señal que muestra una circunstancia, pueden manipularse igual que una conducta, una firma o un documento. Hasta un psiquiatra aficionado caería en la cuenta de que las apariencias engañan. Celebrar a bombo y platillo que te saquen del trullo, después de pagar una fianza de tomo y lomo, no es lo mismo que triunfar en un juicio (pleitos tengas y los ganes). La alegría puede ser tan falsa como un amigo del facebook.
Ahora que los periodistas pueden escribir palabrotas en primera página sin que nadie les llame la atención, los políticos clientelistas pueden llenar la saca y elevar al mismo tiempo el mentón, que es una parodia de ir por la vida con la cabeza muy alta. Los jefes que se llaman Luis, niegan de plano que sean unos cabrones, aunque aprovechen que la economía está fatal para limpiar la plantilla de pelmazos, apagar el aire acondicionado —que la electricidad está carísima— y abrir en agosto, aunque sea por la mañana, para amortizar los salarios un poco. Seguramente Luis, al que apodan con cariño el cabrón, tenga miles de compis en el libro de las jetas pero la justicia no lo encuentra por ningún lado. La peña maja es así de escurridiza. Goza de abogados listos, a los que conocen desde el cole, no necesitan internet para hacerse un círculo o una pandilla. El dinero tiende a juntar a la tropa que huele a pasta, todo es cuestión de influencias.
A la inocencia, como a la auténtica riqueza, la que se hereda de tiempo atrás, le gusta pasar de puntillas. Se considera una ordinariez clamar a los cuatro vientos que estás forrado o gritar que eres un santo, dime de lo que presumes y te diré de lo que careces. Ponerse encima el joyerío o ir de ropa de marca hasta las cejas es lo mismo que comprarse un móvil de última generación o un descapotable. El lucimiento llama al ladrón y acaba creando problemas. Unos vaqueros raídos y requetelimpios son el eterno clásico de una barbacoa informal en las clases altas, el resto es un quiero y no puedo, un cagar con medio culo, o un no saber dónde se está. A la Pinilla, la dama de los ventiladores, se le está yendo tanto la olla que está obligada a calzarse lo más caro del armario, como si a fuerza de duchas se le fuese a despegar el aroma a chotuno que respiró en Zuera. Tarde o temprano soltará un improperio en el butacón del ayuntamiento, se le irá la pinza del todo bajo el crucifijo de su despacho, y quedará como lo que es, una nueva rica y para colmo, de las que no acaban de creérselo. En el mismo instante en que se vaya de la boca lo tendrá todo perdido. ¿Lo conseguirá? ¿Logrará la señora Pinilla colgar el teléfono antes de soltar cualquier inconveniencia? Este es el juego. Si yo fuera el señor Notivoli, ese abogado camaleónico, que lo mismo defiende a un nazi que a un maltratador siempre que ponga un buen fajo para empezar a hablar, ya le hubiese advertido a la alcaldesa que se cortara un poco frente a los micrófonos. Depende mucho de ella misma que todo el mogollón del juicio acabe en una carcajada histriónica, en papel mojado o simplemente en chirona. A veces se suelta a la gente para ver cómo las pía o cómo se ahorca, y mientras tanto se sigue con la investigación.
La madeja de la financiación ilegal de los partidos políticos se mezcla a menudo con los chanchullos privados de constructores, inmobiliarias y demás negocios, nunca sabes a ciencia cierta si estás hablando del PAR, del PP o del PSOE, de la connivencia entre ciertos ediles y empresarios, o de una red tan corrupta que ensambla el sistema con el poder económico. Las conexiones de una trama dejan siempre cables sueltos por donde se escapan los personajes más avispados. Llega además un momento en que los jueces que llevan tal o cual caso resulta que alcanzan la fama, son un lastre para ciertos magnates o les toca prosperar y se convierten en magistrados. Todavía no hemos llegado en la península a encontrárnoslos tirados en plena calle con un tiro en la sien, pero al otro extremo de las islas Baleares, en la Italia de Belusconi, no es tan fácil vivir para contarlo. |