La ministra de la guerra, la señora Chacón, acaba de afirmar que propondrá en el consejo de ministros del viernes la prórroga indefinida de la contribución española en las operaciones de la OTAN en Libia. La guerra de Afganistán nos cuesta un millón de euros al día y en la de Libia, oficialmente, se han fundido por ahora cuarenta y siete. Cada uno de los cuatro cazabombarderos F-18 que sobrevuelan ese país valen más de cuarenta millones. Aparte de un par de aviones nodriza y otro de vigilancia marítima, el gobierno ha desplegado en el Mediterráneo una fragata y un submarino. Por lo visto seguimos viviendo en una potencial mundial, desconozco si la octava, la novena o la décima. Podemos permitirnos el lujo de acudir en auxilio de los más necesitados, vendiéndoles primero el armamento —casi doce millones de euros en armas se exportaron a Libia antes de la guerra, entre ellas minas y bombas de racimo— y socorriéndoles después de nosotros mismos. Nos han lavado el cerebro con la idea de que Gadafi es una bestia parda, y nadie lo duda, pero los mayores engendros de la naturaleza suelen dirigir las grandes corporaciones de armamento planetario y a menudo campan a sus anchas formando lobbys de presión tan poderosos que no se distinguen ya de los mandatarios que dirigen los gobiernos occidentales.
Le he echado un vistazo al mapa de las expediciones militares, donde se nos muestra el tamaño proporcional de los países en función de la inversión bélica que realizan, y me ha llamado la atención el grueso volumen español frente a la crisis tan fabulosa que estamos sufriendo. Casi siempre que se habla de armas, la gente piensa que se fabrican a escondidas, pero en Zaragoza tambien existen. Merece la pena curiosear estos mapas mundiales a fondo para hacerse una idea visual del hambre, de la población y de los recursos económicos. El caso de Grecia es de lo más sangrante, porque gasta el 5% de su producto interior bruto en adquirir aviones de guerra, en su mayoría a los alemanes, mientras recorta su estado del bienestar sin ningún escrúpulo hasta dejarlo raquítico. No me extraña que los giegos lleven varias jornadas rodeando la plaza del Sintagma, donde se encuentra el parlamento nacional, impidiendo la salida de sus representantes políticos. No
es absurdo que un país en plena crisis continúe apostando por sus ejércitos, resulta muy sospechoso que los gastos militares crezcan año tras año sin ningún recorte y que se proceda a cargar sobre la población con demasiadas lacras que no le reportan beneficio alguno.
La guerra de Libia no es el fruto de un espíritu caritativo, nació para favorecer los intereses de las corporaciones petroleras y las multinacionales del gas. Poco importaba la presencia de un tirano mientras beneficiase a estas industrias, el problema surgió al colocar sobre la mesa un proyecto de nacionalización que las perjudicaba. Entonces pusieron en marcha la maquinaria de la propaganda y la guerra, cuyas falsedades sólo traen muerte, desgracia y mucho negocio. Sin ejércitos, en cambio, es difícil caer en unas espirales de complicada salida. Lo que se ahorra uno en bombas y bombarderos se puede invertir en sanidad y educación, incluso en empleo.
Uno de los países más castigados por la crisis —o por la gran estafa bancaria internacional— es Islandia, cuyos gastos militares son nulos porque no tiene ni necesita unas fuerzas armadas para sobrevivir. Sin esa obligación de malgastar en ar- |
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mamento y gracias también a una efectiva revolución ciudadana, Islandia ha podidosalir de una dura recesión y en comparación con nosotros en un lapso de tiempo bastante corto. Permitiéndose el lujo además de llevar ante los tribunales a un expresidente de gobierno, decidir en referéndum sobre el pago de una deuda internacional e incluso perseguir a determinados banqueros. Sin duda se trata de un país mucho más pequeño, donde todos se conocen y resulta difícil esconderse, pero que se ve en la obligación de importar buena parte de los alimentos que consume, dado lo riguroso del clima y del terreno. Han demostrado, sin embargo, que se pueden hacer las cosas de una manera muy distinta y no han dudado en luchar por sus intereses, no sólo económicos, sino también ecológicos y sociales. ¿La cagaron? Por supuesto. ¿Se dejaron engañar? Claro, nadie lo pone en duda. Pero se han enfrentado al sistema con cierta dignidad y lo siguen haciendo, porque la corrupción es todavía demasiado profunda y los intereses económicos de la clase más pudiente impiden la regeneración democrática.
Se preguntarán el porqué del título que encabeza este artículo, y el video de la NASA que adjunto entre líneas, con los ejércitos y la economía. Si viviéramos en una sociedad realmente evolucionada, el hecho de que nuestro Sol desprendiera de repente tan asombrosa llamarada, representaría un fenómeno de indiscutible importancia. La gigantesca eyección de masa coronal que se produjo ayer en nuestra estrella ha llegado hoy a la Tierra en forma de tormenta geomagnética, desprendiendo a su paso un borbotón de protones de alta energía por los seis continentes. Los astrónomos calculan que en el justo momento de escribir esta página estoy recibiendo, con toda la humanidad, una soberbia descarga de más de cien megaelectronvoltios. Y yo espero que, por lo menos, semejante garrampazo nos regale un ápice de sentido común. |
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