No me explico cómo el alcalde continúa apoyando la medida inconstitucional de que presida los plenos un sujeto de muy dudosa existencia histórica enclavado en una cruz. Y con qué mala baba, además, justifica su presencia en un lugar público. Dicen que nuestro edil está depre y actúa sin embargo como si le fueran a sacar las muelas del juicio sin anestesia. Esta manía suya de ir a las procesiones y demás zarandajas católicas enfundado con la banda consistorial a lo largo de toda la pechera, o de intentar que los concejales cumplan encima con tan ridículos «deberes», deberes que él tan campechanamente asume, acabó ayer durante el debate del estado de la ciudad en un lamentable cambio de impresiones con el jefezuelo de la Chunta. Es absurdo, intelectualmente hablando, que los elegidos en las urnas juren su cargo delante de un símbolo religioso. Este juramento no les obliga a nada. Es aconsejable que lo hagan sobre la Constitución, que es una ley de obligado cumplimiento y que les responsabilizará en los tribunales si se descubre en el ejercicio de su cargo alguna activlidad delictiva. Que venga dios, alá, buda o Blancanieves y los siete enanitos a dar candela a sus conciencias resulta un atavismo que debería traernos al pairo. Si al lado del crucifijo en cuestión colocasen a un señor gordote con las piernas cruzadas o a cualquier otro arcano, aún tendría cierto sentido respetar su presencia. Podría ser una medida coherente que donde cabe un símbolo pudieran incluirse todos los demás, es cuestión de habilitar un belén anexo donde los animistas adoren a la General Motors por la fabricación de automóviles o los amantes de la magia negra puedan hacer vudú. Allá cada cual con sus monsergas. Lo que resulta ridículo es que se mantenga un sólo símbolo por la fuerza. Ver al Capitán-Tan del socialismo municipal, el señor Belloch, otrora biministro de Interior y Justicia con el ínclito Felipe González —que acaba de cambiar de novia—, diciendo que no retirará el crucifijo y añadiendo por toda razón la clásica coletilla del «y punto», me abre las carnes de la pena. Qué bajo está cayendo el PSOE, por favor.
No terminó ahí su retahíla. Fue más allá de la cordura política afirmando que «si cualquier partido de la oposición quiere que se elimine dicho símbolo de la sala de plenos tendrá que acudir a los tribunales, donde un juez dictará sentencia definitiva en doce o quince años». Como los de la Chunta elevaron su propuesta a votación, el alcalde cerró filas en su grupo con una amenaza: «Ya saben todos lo que pienso. No tengo ninguna duda de que 'mis' concejales votarán siempre lo mismo que su alcalde, ¡faltaría más!». Y así fue. La derecha en su conjunto —PP, PAR y PSOE— votaron a favor de mantener en su sitio al señor de los clavos y el resto —Chunta e Izquierda Unida— en contra. El alcalde no admitió que se votase en secreto, no fuera que se le despistara alguna oveja del rebaño, y aquí paz y después gloria. No sé a ustedes, pero a mí esta actitud del alcalde me parece tan irritante como la de Peta Zeta, el jefe del Gobierno, con el triste asunto de la Memoria Histórica. Ayer mismo, durante la sesión de control en el Congreso de los Diputados, soltó que va siendo hora de «arrojar al olvido a los que promovieron esta tragedia». Y se quedó tan ancho. Es más, se congratuló de que «se recuerde cada vez más a las víctimas y se olvide al dictador». Hasta los de Convergencia i Unió se pusieron como una moto al escuchar semejantes ripios, que ya es decir mucho, porque económicamente son igual de carcas. La diferencia es que no olvidan su propia memoria histórica, así que no se condenan a repetirla. Los socialistas, en cambio, no pillan que tarde o temprano vendrán las elecciones —es así de tonta la democracia— y que lo único que les separa del PP es precisamente la ideología. Sin ideología, es decir, con la misma que su oponente, acabarán en la oposición. Se lo están labrando a pulso, porque aquellos que les votaron para evitar el mal mayor de los conservadores no están dispuestos a seguir tragando con esta mentalidad rancia en un partido que dice ser progresista. Están obligados a demostrarlo. Encogiéndose de hombros o arrojándose piedras contra su propio tejado se están haciendo mucho daño a sí mismos, hacen el caldo gordo a la oposición y no se dan ni cuenta. Así que volvemos a estar donde estábamos. No queda más remedio que entender al PSOE como un partido tan involucionista como el PP. No son hipócritas, no intentan captar votos entre el electorado del PP, igual es que son así. Que les mola ser como son. Tal vez en un juzgado se tarden quince años en quitar un crucifijo o abrir una cuneta, pero con este sistema electoral sólo se tardan cuatro en perder una poltrona. Allá ellos. |