Musarañas
lunes 18 de mayo de 2009
© Sergio Plou
Artículos 2009

    Había visto en las películas que los más pudientes montan en sus corporaciones horripilantes tormentas de ideas con el viscoso propósito de alumbrar nuevos productos. Tenía entendido que los mandamases de las multinacionales, las que ahora levantan su negocio en el tercer mundo para amortizar los esclavos, pagaban a gentes de la cultura para que pariesen nuevas trayectorias publicitarias. Incluso había oído que intelectuales de prestigio cobraban cantidades astronómicas por ofrecer a los próceres luminosas ideas, con las que cegarán a los votantes en la próxima convocatoria electoral. Es un asunto viejo, pero había olvidado también que un buen puñado de catedráticos se sacaba un sobresueldo durante la guerra fría ejerciendo el espionaje. No me extraña que el nuevo lehendakari, que va de subidón, pretenda organizar ahora «un grupo de pensamiento». Deduzco que se trata de alquilar los servicios de una pléyade de ciudadanos para que sencillamente piensen por él, un ejercicio que a los políticos se les hace muy cuesta arriba.
    Los jefes del cotarro están en la sequía cerebral  más absoluta y en esta recesión que emponzoña la vida cotidiana,  son capaces de aflojar la mosca  entre los vecinos para que aporten un ápice de sentido común. Sin embargo, y como era previsible, me equivoco de plano. Lo que el nuevo lehendakari entiende por un «grupo de pensamiento» es la creación de un equipo que se dedique a sacarle faltas y bajarle los humos. Busca una tropa que ejerza como abogada del diablo en la estricta intimidad, con el propósito de curarse de espanto y que en cualquier disputa le resbale ya cualquier crítica, no en vano las habrá recibido peores y a domicilio.
    Si alguien me llegase a pagar un día para que me funcione la olla, un servidor se haría de oro, de ahí que observe el proyecto con envidia. Es cómo ganarse el jornal simplemente por existir. Muchos de los cargos que se nombran en las instituciones públicas, los técnicos que asesoran y los profesionales que escriben lo que luego cacarean los jefes, viven en la ataraxia, un limbo prodigioso donde engordan la saca contemplando las musarañas. Que ahora puedan constituirse en «grupos de pensamiento» se me antoja la cuadratura del círculo. Si los técnicos que pueblan las administraciones no cobran por poner en marcha sus neuronas, ¿sirven para algo o qué diantres les adeudan para tratarles con tanto cariño?

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