Al sistema no le gusta que la gente se manifieste y mucho menos en plena campaña electoral. Le desagrada de manera muy especial que salgamos a la calle sin otro resguardo que nuestra propia cara. Que no nos gastemos un céntimo en publicidad, que nos comuniquemos los unos con los otros mediante mensajes de texto o haciendo uso de las redes sociales, sin permitir siglas sindicales en las manifestaciones ni prestar vasallaje a ningún partido político, les irrita en lo más hondo. Les molesta no tener acceso a la manipulación de semejante exaltación cívica y social, ingenua y con luz propia, por eso critican, menoscaban, ensucian y emponzoñan la realidad. Era de esperar, pero es lamentable. Resulta desesperanzador que los líderes políticos no se cuestionen qué es lo que están haciendo mal y cómo es posible que la gente se vea obligada a denunciar la situación de penuria en la que se encuentran sin otro poder que el de su propia desgracia.
Los líderes están acostumbrados a saber con quién tratan y la ciudadanía, sin más, les parece amorfa o abstracta. Los políticos, a fuerza de llenarse la boca de palabras huecas en mítines y parlamentos, ahora contemplan a la sociedad de la que un día emergieron como si fuéramos extraterrestres. De tal manera han perdido el rumbo que ni siquiera se reconocen en nosotros cuando nos ven tomar las calles y clamar a gritos la frustración que nos envuelve. Esto es lo que ocurrió ayer, la expresión pura y simple, tranquila e incluso festiva de un hastío asombroso.
El sistema quiere que todo esté bajo control. Le gusta saber a quién se enfrenta y que los manifestantes se mojen con alguna mentalidad de las que ya existen. Necesita colgar siglas, ideologías, necesita entender en su habitual clave partidista, lo que pasó ayer y lo que todavía está pasando en la puerta del Sol de Madrid, en Valencia o en Barcelona. Por eso nos exigen que, habiendo tantas marcas elijamos alguna. Los jefes están muy preocupados, no vaya a ser que todo este asunto engorde y se les vaya de las manos.
A los conservadores, la gente de orden, a los católicos recalcitrantes y a sus nostálgicas huestes, les parece una aberración que se pida la cabeza de los banqueros a voz en grito. No ven con buenos ojos que la chusma vaya graznando por las calzadas y suelte su frustración a los cuatro vientos. A los progresistas, intelectuales de salón y amansados por las prebendas, les parece raro que la gente tome las calles sin reconocer entre ellos a actores de renombre. ¿Por qué no vinieron? ¿Dónde estaban?
Como todos los movimientos ciudadanos, Democracia Real Ya, nace desde abajo, de forma horizontal, y se asienta como buenamente puede en la expresión de un escritor de edad avanzada, José Luis Sampedro, del que toma su voz para indignarse de forma individual y al mismo tiempo colectiva. ¿Qué es lo que queremos? Que los partidos atiendan las demandas de los ciudadanos, que no desarticulen la sanidad ni la educación, que antepongan los derechos sociales a los intereses de los mercados y la banca. Es fácil de comprender el mensaje. Pero resulta que este mensaje es tan revolucionario hoy, exige de los partidos mayoritarios tal nivel de compromiso, que no están dispuestos a asumirlo como propio. Ninguno de los que se presentan a las elecciones del próximo 22 de mayo ha confirmado que asume las demandas de la sociedad expresadas en las manifestaciones de ayer. Al contrario, lo distorsionan y lo silencian. ¿Por qué? Es algo que deben explicar a la población, sobre todo cuando piden nuestro voto.
De lo contrario caeremos en una nueva necesidad, la de entender que van a continuar por el camino de seguir recortando las pensiones, la desaparición de subsisdios de desempleo, desmontaje progresivo de la seguridad social y de la educación, privatización de los servicios públicos y empobrecimiento general de la sociedad. Evidentemente, el sistema no funciona. No hay comunicación entre electores y elegidos. Carece de toda lógica que votemos a unos partidos que favorecen a las entidades financieras en contra de los intereses mayoritarios. Es de vital importancia que los partidos sean capaces de asumir que en las grandes decisiones deben contar con el pueblo en su conjunto, que no basta con votar cada cuatro años y que los adelantos tecnológicos permiten una democracia participativa, real. Deben entender que la Ley D' Hondt no refleja ya la situación política del país, que se necesita una representación paritaria en cuanto a géneros en sus listas y que estas listas deben ser abiertas. La ciudadanía se arriesga a salir a las calles a cara descubierta y exige a sus representantes sinceridad, humildad, honradez y eficacia. Queremos escuchar nuestras palabras saliendo con sinceridad de sus bocas, lo que no queremos oír es que nos montemos un partido político. Para eso ya les pagamos a ustedes sus buenos salarios. Da miedo oírles hablar, porque con la que está cayendo carecen de la imaginación suficiente como para resolver los problemas, es más, no se arriesgan a decir nada de provecho para un futuro próximo que pueda comprometerles y por experiencia ya sabemos que esta fórmula suele derivar en problemas todavía mayores. Así que mójense. |