Hoy es uno de esos días en que lo coherente no es redactar un artículo, sino una necrológica. La conclusión que extraigo de la experiencia es que mi padre ha tenido suerte de morir con calma en el semblante, con aire de estar soñando, lo que dulcifica mucho el hecho en sí y el encuentro de los más próximos con su persona. Su expresión, cuando me acerqué hasta su lecho, incitaba la ternura. Es una de las pocas veces en la vida que he podido expresar mi afecto hacia él de una forma tan sutil: la caricia. Mi padre, de 74 años, pertenecía a una generación masculina con dificultades en el terreno de los gestos de cariño. Así que es un regalo para el corazón.
Si realmente existen once dimensiones en el Universo, como afirman los científicos, confío que encuentre una muy saludable donde pueda practicar algún deporte, además de pintar, que eran las actividades que más le gustaban.
ESQUELA
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