Ninguneo de género
viernes 5 de junio de 2009
© Sergio Plou
Artículos 2009

    A la conferencia que asistí ayer en el Paraninfo, durante la puesta de largo del Observatorio de Igualdad de Género en la Universidad, eché en falta a dos franjas sociales. La Tercera Edad, a la que en ciertas materias se da por perdida, y la animosa presencia de la juventud. No sólo fallaron los chavalotes —a los que habría que traer de la oreja, o del rabo, para que se vayan haciendo a la idea—, sino que también las mozas brillaron por su ausencia. Ahora que nos sentimos como niños hasta más allá de los treinta cualquiera se nos antoja un chiquillo pero no nos engañemos, el público entre los dieciocho y los veintipocos era un espejismo.
    En el broche final de los exámenes, cuando las carreras exigen plena concentración, las excusas resultan predecibles sin embargo a lo largo del año y en charlas de toda índole ocurre lo mismo. Baste como referencia que he visto espectáculos teatrales más poblados, y eso que la entrada cuesta un dinero, de modo que algo se les escapa de las manos a los organizadores —y ya desde hace décadas— con la publicidad de aquellos asuntos que son importantes.
    La educación, para los que entendemos que hay que dar un barniz a las molleras, sobre todo si queremos avanzar socialmente, no es ninguna tontería. Por eso entristece que el común de los mortales siga pensando que las conferencias son un rollo al que se acude por compromiso, a echar una cabezadita o a pasar un rato a la fresca (en ocasiones por las tres razones a la vez). Conviene plantearse las causas de un fracaso en la asistencia porque impartir una enseñanza, dar lustre al coco, tendría que ser al menos igual de importante para nuestros dirigentes políticos que mantener abierta una fábrica de autos. Y no es así, circunstancia que nos degrada como individuos.
    Aparte de estas cuestiones, que por reiteradas pasan desapercibidas, resulta interesante que las charlas se impartan de una forma más o menos entretenida para que no se amuerme la peña y consiga pillarle vicio. Es un recurso válido cuando no hay dinero que sostenga al intelecto. No sólo favorece el crecimiento de maestros y creadores sino que diluye además la posibilidad de que caigan en el desánimo o les dé un ictus.
    Como cualquier conocimiento, mediante el humor, se abre paso con mayor velocidad en las neuronas, la doctora Calero, catedrática de igualdad en la universidad de Barcelona, demostró ayer que un asunto tan lamentable como la ignorancia que tenemos sobre el lenguaje, puede ser tratado con frescura sin necesidad de quitar hierro al problema. No evitó la carga sexual de los conceptos, terreno donde a menudo se recrea la masculinidad para establecer su género como específico, sino que puso ejemplos claros de la violencia y humillación que esconden muchos de elllos. Hizo especial hincapié en la volatilidad de la presencia femenina en las conversaciones y los textos, donde el uso constante del masculino plural genera el fenómeno de la mujer invisible.
    Me encantó, particularmente, escuchar cómo enraizaba el latín con el Derecho en las lenguas mediterráneas para demostrar que la llegada de los visigodos rompió la igualdad del habla y que desde entonces no nos damos cuenta de lo que estamos diciendo. Fue delicioso oírla hablar del conflicto que supone enseñar castellano a los extranjeros y la dificultad que tienen los foráneos al emplear plurales tan capciosos como los nuestros. En el plano de la igualdad de géneros, los popes de la lengua tienden al reduccionismo. Zanjan el tema con descalificaciones, se arrogan el papel de comisarios y certifican cuándo estamos o no hablando correctamente. La contundencia en la exposición de la doctora Calero los dejó con el culo al aire.
    En tres cuartos de hora tan sólo se pueden dar unas pinceladas, pero administradas con precisión empapan al personal. La Tercera Edad, tan dada a la escucha, no existía en las bancadas, pero su franja más próxima, la de los decanos —léase hombres— tendría que haber tomado notas de la exposición, tarea que no cumplieron y que a nadie por lo visto le extraña. Apenas la décima parte del cuerpo rector de las universidades lo ocupa el género femenino y sin embargo las aulas se llenan de mujeres estudiantes, las cuales terminan con mayor éxito que los hombres sus carreras. Si una empresa pública como la universidad zaragozana, próxima a tener seis mil personas currando, acaba de firmar su primer observatorio de igualdad, tal y como que dicta la ley, es sintomático que nazca sin un euro en sus arcas.

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