La alcaldesa de Valencia agarró ayer los micrófonos y se puso a echar pestes sobre lo mal que se lo está montando el gobierno de Peta-Zeta con su ciudad. Como las gentes de posibles se apasionan hablando de cifras, indicó que a Zaragoza le han soltado un buen fajo para la Expo y que la Copa América se ha tenido que conformar con la cuarta parte. Aplicando el rasero del número de habitantes o de la economía, a esta buena señora no le parece justo el reparto. Por eso se queja. Siempre se le puede responder que hubiera elegido Expo, pero no atiende a razones. Imagina que el Estado es una hucha que debe prorratear las propinas a tanto por cabeza, lo mismo hayan organizado un campeonato de barcas que una merendola campestre. Las dos son de luxe, pero nos son comparables. A mí también me gustaría disfrutar de un pedazo de Mediterráneo frente a mi casa. Descansar la vista en los grandes veleros que regatean bulliciosamente y escuchar cómo rompe el mar sin necesidad de colocar un disco de olas en el reproductor de cedés. Pero aquí hay que dragar el Ebro para que pueda pasar una lancha por debajo del puente. O levantar una presa corriente abajo para que suba el nivel de las aguas, de modo que sería demasiado esnob montar una concentración de carabelas.
Que yo sepa nadie le ha impedido hacer a Valencia una exposición internacional. No deja de ser una excusa como otra cualquiera para hacer negocio, y aunque no es universal se le da mucho a la pala y se juntan un montón de ladrillos. A parte del turismo, la construcción siempre ha sido el lomo del país, por eso nos chirrían ahora las bisagras. Somos víctimas de nuestro propio estereotipo, el sol y el pañuelito de cuatro nudos en la obra, y no se mueve una hoja sin levantar un edificio. En nuestro caso una barriada completa, estación de tren incluída. Aún no se han izado los trapos de los cien países que participan en los mástiles, y visto lo que ocurrió en Sevilla se está vendiendo el solar casa por casa. ¿Qué nos quedará después? Intuyo que no será un puerto fluvial, como no se destine a la náutica de baja eslora. Lo del teleférico se me antoja un exceso de imaginación y la Milla Digital un sueño raro, sin boina: una marcianada. La marcianada alcanzó su cénit en la mascota de la Expo, esa irreconocible gota de agua en el desierto, al fin y al cabo una extraña criatura recién llegada de Andrómeda. En su sano juicio nadie puede comparar la importancia del agua para el planeta con una carrera marítima. Ni siquiera desde un plano surrealista. Como no es igual apostar por el futuro que sacar tajada del presente, los agravios comparativos demuestran hasta qué punto nos queda grande el traje. |