En Zaragoza hay mucho rico pellejo, o sea, gente adinerada que vive miserablemente, como si no tuviera donde caerse muerta. De vez en cuando la giña alguno sin testar, no se le conoce pariente y la pasta recae a modo de lotería en las instituciones públicas. Gracias al millón de euracos que regaló el último, el ayuntamiento levantará un siglo de estos los centros de día que prometió a los abuelos maños menos pudientes. Nuestros yayos de andar por casa son tercos pero mansos, y aunque gozan de una memoria de mármol no se ponen borrokas si se dilatan las obras. Tienen otras muchas en las que ocupar el tiempo. Sin embargo, los que están forrados son de distinta casta. Con el asunto de las herencias y sucesiones les gusta jugar al perro y el hueso, enzarzando a su progenie en ridículas batallas que incendian la cordura familiar. Ahora que la Diputación General ha reducido estos impuestos al 3%, los pellejos se han venido arriba. No sólo llegan a los ochenta con facilidad, es que gracias al botox lo hacen en perfecto estado de revista. Sólo les falta ser inmortales, de modo que apuestan fuerte en Bolsa por las empresas que investigan en genética. Los que teniendo forrado el riñón quieren diñarla, se pueden contar con los dedos de una mano. Los que sufren el Diógenes en plena riqueza además son invisibles porque se refugian en el anacoretismo. Una vez allí se olvidan del plazo fijo, de los Bin Laden bajo alguna baldosa o de si una jornada aciaga pudieron abrir una caja de seguridad en véte a saber qué banco. Esta gente agarrada hasta en el alzéhimer sólo destaca en las lápidas que encargan nuestros ediles agradeciéndoles el detalle de haberse muerto en la más lamentable de las soledades. El resto de los pellejos, la crème de la crème de los multimillonarios más ancianos, resulta que poseen (y lo saben) la mayor parte del suelo donde se puede construir. En Zaragoza no llegan a media docena. El caldo gordo en Madrid se lo reparten entre tres. Como el volúmen de negocio en toda la península es diferente, los tíos gilitos aumentan de tamaño a medida que alejamos la lupa. Al fin y a la postre, todo se reduce a escalas.
En una escala social desprotegida, olvidar la propia riqueza es un signo de locura. La expresión "para luego iba a estar yo aquí de tener varios millones en la libreta" lo dice todo. Sermejante perla gramatical la empleó una vecina ya mayor, nieta en ristre, desafiando la última carga policial en los chabolarios madrileños. A esta anciana no le cabe en la mollera que gente de posibles ande husmeando en los cubos de basura. Entiende mejor lo que le ha ocurrido a un individuo que murió en Valencia, sin un cuarto y a maltraer con sus más cercanos parientes. No es raro que su cadáver lleve diecisiete días en el depósito del hospital y nadie se haga cargo de enterrar sus huesos. El sobrino que fue a echarle el ojo se encogió de hombros y desde entonces si te vi no me acuerdo. Hasta el ayuntamiento de la ciudad acaba de lavarse las manos al conocer que estaba empadronado en una localidad vecina, a cuyo consistorio en ultima instancia le corresponde pagar los gastos y dejarlo caer después como le venga en gana por la alcantarilla de la fosa común. |