El día de la soldadesca, como espectáculo, fue flojito pero la gente es agradecida y lo pasó en grande. Los que se dedican al prosaico asunto de contar a los asistentes aseguran que se apretujaron contra las barandillas de la calle cuarenta mil almas cándidas: ora agitando banderas de plástico ora señalando aviones y tanques con la boca abierta. Los más ilusos afirman que hubo cuatrocientas mil personas y yo creo, puestos a exagerar, que habría cuarenta millones y seguramente me quedo corto. Se llevó la palma el chivo de Legión, que a falta de cabra dio la nota simpática. Para que la farra fuese completa sólo doscientas personas se manifestaron en contra del dispendio militar, de modo que la conclusión más coherente, la que extraería el más fino de los analistas, es que nos va la marcha. Y daría de lleno, porque lo que se ve no se esconde. Los reyes se han largado con una sonrisa de oreja a oreja, en ningún sitio les acogen con tanto cariño y muestras de adhesión. Supongo que el premio a tanta bondad es la Expo, aunque la estemos pagando a escote, porque este alarde de patriotismo y amonarcamiento en realidad no nos sirve para nada. Aragón sigue siendo una encrucijada de lo más surrealista: cuantos más golpes recibimos más contentos estamos. Miel sobre hojuelas para el Gobierno y la realeza. Como nos lo hemos ganado a pulso, lo siguiente será colocarnos una sede de la OTAN a domicilio, porque ampliar el campo de tiro de san Gregorio y las Bardenas Reales es cosa hecha. Entiendo que el alcalde, visto el exitazo popular del domingo, no habrá dejado escapar la ocasión y le habrá pedido al ministro accidental de ese eufemístico ministerio al que denominan de Defensa, que el próximo año se organice otra vez el desfile en Zaragoza. O mejor, que se monte siempre aquí pero que el show sea mucho más amplio y a ser posible que se desarrolle de noche, que da más miedo. Es una pena que el guirigay de los militares no pueda terminar con una buena traca y unos fuegos artificiales. No me explico todavía por qué no lanzaron a los paracaidistas por la Gran Vía, será que no estaban en forma o que andarán ocupados repartiendo caramelos a los niños de Afganistán. Que no se diga y a ver si el año que viene nos dan el gustazo. También se echaron en falta que llovieran unas cuantas bombas de racimo, aunque fueran de chocolate. No repartieron balines de nata a los críos, ni siquiera pistolas de agua. Si no se cuidan estos detalles la peña se quejará en el próximo evento. Un desfile, igual que cualquier otra conmemoración, necesita generar también su momento cumbre. Algo que se quede grabado en la retina de una vez y para siempre. Lo de la escuadrilla Águila con los humeantes colores de la enseña nacional está muy visto. Tendrían que haber simulado algún error, un desliz emocionante aunque sea falso. Si algún F-18 hubiera entrado en barrena de repente la expectación habría sido fabulosa. Razones de seguridad, sin duda, aconsejaron dejar a un lado semejante argucia pero un derroche de imaginación para involucrar de alguna forma a la marinería podría haber conducido al arrobo al público allí presente. No es cuestión de remolcar un portaviones por el paseo de la Independencia, pero unas cuantas fragatas empujadas por varios tractores habrían dado una nota muy colorista. Por lo que he preguntado, tampoco hubo la menor referencia a la carrera espacial. No se vieron cohetes, satélites, ni siquiera astronautas, y esta ausencia nos coloca en un plano tercermundista que no es de recibo en un desfile militar que se precie. Una vez más el folclore ganó a la innovación. Si en nuestra vida no hemos tenido la oportunidad de ver un tanque de cerca, es normal que nos quedemos atónitos ante el crujido de las orugas por el asfalto. Es cuestión de quitarse la boina, tal vez así nos llegue mejor el riego al cerebro y podamos comprender lo que hay realmente: ganitas de aparentar, sudor de axila y trompetas. |