Ahora nos toca aprender cómo se hace un teleférico.Y va para largo porque están echando los cimientos de las diez pilonas que irán en procesion desde la estación motriz de la Almozara hasta la Expo. Las cabinas, de un verde chungo, sobrevolarán el pabellón puente y el del Tercer Milenio a cincuenta metros de altura y acabarán cerca de la Torre del Agua. El viajecito de un kilometro costará nueve euretes y durará unos cinco minutos. O sea, que a los dos años habrá que desmontar el tenderete que ahora se construye a toda pastilla. La causa es la de siempre: no es rentable. A los turistas, que igual ya no vuelven nunca por aquí, les puede molar subirse al trasto durante la Expo pero después necesita el teleférico casi un millón de viajeros al año, así que lo tiene crudo el artefacto para seguir en pie. A no ser que les hagan un bono a los funcionarios que trabajarán en Ranillas cuando termine el festorro del agua. Y ni por esas. Hay que tener en cuenta que hasta hoy se habrán vendido sesenta mil viajes, de modo que los números cantan. Cantan la Traviata en el Nuevo Náutico que está construyendo el consistorio donde antes estaba el viejo, justo detrás del despacho del alcalde, en cuya mesa no hay ordenador ni pizarrín digital, según cuentan las visitas. En el Náutico de diseño nadie sabe lo que habrá, pero tendrá que ser de luxe para que casen los números. En el pliego de condiciones se piden dos millones y medio de euros para empezar a darle a lengua y después una especie de alquilercillo a doce mil al mes. Si ponen un restaurante, el menú del día se pagará en lingotes. En lugar de barcas, supongo yo que habrá góndolas o traineras. Lo mismo después te llevan a casa nadando. Y si montan una discoteca, casi les conviene contratar a los cantantes en lugar de a un diyéi, porque la entrada costará un riñón y para evitar las falsificaciones tendrán que grabarte un tatuaje. Desde luego hay que darle mucho a la olla para amortizar la pasta. Tal vez convenga que al lado del Náutico los de Gran Escala monten en el río un casino flotante, así nos empezamos a hacer una idea de lo que pretenden clavar en el desierto. Comprendo que a los políticos les gustaría salir del pleno e irse al Náutico fetén a jartarse de ostras, de mejillones cebra, o de otras lindezas, todo en plan chic y en un ambiente de mucho poderío, pero la gente de pasta de por aquí es muy rácana y agarrada, encima se las da de pobre y no le gusta aparentar. Así que como no regalen el Náutico a Ibercaja dudo que se cumplan sus expectativas. Los números pesan, aunque sean números imaginarios, y en este fantástico carnaval de dineros, los millones de euros no entran en los bolsillos pero nos salen ya por las orejas. No me extraña que la Cámara de Comercio, de cortos reflejos y a cuatro meses vista, haya caído en la cuenta de que a las preguntas de los extranjeros que nos visiten durante la Expo no se les puede responder: maño, ¿qué te pasa en la boca? Y no se le ha ocurrido nada mejor que editar un manual en tres idiomas. Me encantaría guardar uno como recuerdo, porque cada día que pasa la Expo adquiere tintes más surreales y ver al Rey hablando en Madrid con Fluvi durante la Feria Internacional de Turismo es sólo el principio. |