Los estados coloniales acaban teniendo una deuda con los supervivientes de aquellos lugares que un buen día y por las bravas pusieron a funcionar en su beneficio. Reconocer el expolio supone asumir las responsabilidades de la Historia. Es de adultos comportarse como tales cuando llega la mayoría de edad. Como todo en esta vida, la capacidad de obrar se gana con sufrimiento. Si no puedes valerte cualquiera que llega en disposición de chulearte, lo hará. Y si no que les pregunten a los saharauis. Un día vieron ocupado su suelo por los españoles y años más tarde por marroquíes y mauritanos, que se lo repartieron tranquilamente. Ése no era el trato. Hoy no caben dudas sobre la europeidad de las Canarias, Ceuta o Melilla pero cada vez que salen a colación me asalta una especie de culpa social con los saharauis. Fue tan nefasto todo el proceso, tan interiorizado por los que vivimos con cierta juventud aquellas fechas de 1975, con el dictador intubado hasta el píloro y con el país entero sumido en la incertidumbre, que todavía existe una mala conciencia peninsular con las gentes del Sahara. Lo justo, si la justicia es posible hablando de colonización, hubiera sido que alcanzaran un día la independencia, igual que ocurrió con Guinea Ecuatorial y a ser posible con mejor fortuna. Pero la marcha verde de los marroquíes y la poca mano izquierda de un régimen que agonizaba dejó a los saharauis vendidos a su suerte. Todavía lo están, pese a que Naciones Unidas haya reconocido su derecho a la autodeterminación en múltiples ocasiones. Frente a la estructura hipócrita del Estado son muchos los ciudadanos que mantienen una relación directa con las familias que viven ahora en los campos de refugiados de Tinduf, en el desierto de Argelia. Pagan los estudios de sus hijos en España y así se convierten de alguna manera en sus padrinos en Europa, comprometiéndose en privado al desarrollo de un país, devolviendo la vergüenza que sienten - la impotencia de los pueblos - en un acuerdo personal de futuro. Se esperan mejores tiempos sin olvidar el presente, admirando al mismo tiempo la enorme paciencia de sus padres, los pobladores de las dunas. Es un precio muy bajo en lo económico pero emocionalmente elevado. No digo que así se cicatrice una herida abierta porque los saharauis esperaban un trato distinto. El suyo con los colonos siempre fue muy estrecho, muy personal. Jamás imaginaron que el cuento acabaría así, con la invasión de los marroquíes, que los redujo a ser doblemente extraños en su propia tierra. Así que hemos adquirido una deuda dificil de sellar. Por eso el garbeo que están dando los monarcas por Ceuta y Melilla me recuerda inevitablemente el olvido del que ahora hablo. Quizá los niños de aquella época soñábamos con montar a camello y por navidades pedíamos un salacof, no lo recuerdo, pero en el imaginario colectivo se depositó el sueño de una partida de bereberes adentrándose en un mar infinito de arena. ¿Qué habrá sido de ellos? - me pregunto. Y no puedo responderme. |