Precisamente cuando todo parece perdido el sentido del humor se desborda. Cuentan las crónicas  que  «más de cien mil personas se congregaron ayer en Roma con el  propósito de solicitar encarecidamente a la NASA que el satélite que caerá pasado mañana sobre el planeta lo haga sobre 
la cabeza de Berlusconi». Sabedores de los esfuerzos que hacen los yanquis para controlar el trasto  sugieren que, por un pelín más de tiempo, no abandonen su cometido y centren la atención en derivar su trayectoria  hacia las coordenadas que habían escrito en las pancartas. No es  un acontecimiento real pero nuestra conciencia  presta   cierta credibilidad a la «noticia» porque en el fondo deseamos que algo semejante llegue a ocurrir algún día. Y no me refiero a que un cacharro de siete toneladas reduzca a este engendro político a la fosfatina, es que somos capaces de conformarnos con la idea de que sus paisanos  reclamen a voz en grito un ápice de justicia celeste.
           
		     Acostumbrados a las malas noticias,  que Iberdrola corte el suministro a la oficina de turismo, a un par de pabellones polideportivos y a una biblioteca de Albacete, amenazando de paso con dejar sin luz a una  guardería municipal, a nadie le obliga dos veces a repasar la lectura para rendirse a su certeza. Si el consistorio manchego adeuda más de un millón de euros al pingüe negocio de la electricidad, lo más frecuente, como ocurre con cualquiera, es que tarde o temprano se quede a dos velas. La consideración de la compañía a la hora de cerrar el grifo en los servicios «declarados como no esenciales» me parece chocante. La arbitrariedad con la que últimamente se decreta la importancia  de una prestación  infunde sospechas, máxime cuando todo el espectro de la casta política y empresarial parece estar de acuerdo en lo que es vital y lo que está expuesto  a perderse. Sin embargo  parece raro que nadie  cuestione para qué necesitamos tanques y ejércitos cuando no hay    pasta  siquiera para   las guarderías. 
		  
        
		     Otra noticia, tan real como la anterior aunque parezca del mismo calibre que la primera, es la 
querella criminal que ha interpuesto la asociación Hazte Oír contra un blog, un diseñador gráfico y el sindicato de la CNT, todos ellos autores de los fantásticos delitos de «provocación al odio y a la violencia por motivos religiosos». En los   apartados de dicha querella califican  de apologetas del terrorismo o incluso de genocidas a los   convocantes del concurso  las 
«viñetas ateas».   La demagogia que encierra la  fe de estos hidalgos raya lo surreal cuando presentan «las pruebas». Situándose en el  plano de un talibán, que  amordaza la libertad de expresión en perjuicio de su propio clan, los querellantes se rasgan las vestiduras por las críticas vertidas contra su santo padre durante la reciente visita  a Madrid. Confundiendo el sacrilegio con un delito o hablando de dios como si se tratara de un sujeto —y otorgándole por lo tanto  derechos—, los fundamentalistas de esta organización dan por sentado que la doctrina católica, como la «sharia» en el Islam, ha adquirido por arte  de birlibirloque rango de ley en España. Para hacerse una idea de hasta qué punto desbarran, a su nulo juicio el clásico insulto de «me cago en dios» está  ni más ni menos que tipificado penalmente. 
		  
      
		    Y  para finalizar me ha dejado frío esa guardería para machotes que ha montado Ikea en Australia. La han bautizado «Manland», Tierra de Hombres,   un refugio masculino para matar el rato mientras sus parejas   compran en la gigantesca tienda. Allí pueden tirarse a la bartola en un sofá, jugar al futbolín, beber cerveza, comer  salchichas y contemplar en pantallas gigantes de televisión  las retransmisiones deportivas. Menos mal que sus responsables afirman que no hay  porno ni tragaperras. Y que para fumar hay que salir a la calle.