Para los que hayan visto la serie de televisión A Dos Metros Bajo Tierra, comprenderán que tras la muerte de alguien comienzan a trascurrir las semanas – en el plano emocional - a una velocidad de vértigo y en el terreno de los sellos, rúbricas y papeleos a un ritmo mucho más calmado. Hasta las lápidas encierran un misterio. Tras diñarla comienza una lenta carrera burocrática para certificar la inexistencia. Es rentable implantar el carné de muerto, no se lo piensen y hagan una ley. El cementerio es otro pueblo, otra ciudad que añadir al país de los que han dicho adiós, con sus casitas en nicho y sus normas de inconvivencia, sus calles y sus pisos. Una faja que crece día a día, un solar enorme. La Second Life.
Con mi padre, cada vez que nos encontrábamos, solía charlar de política. Aunque nuestras posturas solían estar encontradas nunca tuvieron un reflejo partidista - lo que ya es un avance -, sin embargo, era evidente la dificultad de llegar a una mutua comprensión en ciertos casos. Uno de los ejemplos más palpables de desacuerdo podía estribar en el denominado conflicto vasco. La masculinidad suele discutir sobre asuntos candentes con un apasionamiento mediterráneo, como si realmente estuviera en sus manos construir solución alguna. Más que las razones que aportan nuestros familiares o amigos, en este tipo de tertulias lo que se dibuja es el carácter de los individuos. La marca de fábrica que muestra en los hombres la madera de la que están hechos levanta una serie de corrientes de opinión. Estas corrientes se organizan en nuestra sociedad democrática de la mano de los partidos, que reflejan un espejo social en cada uno de los grandes foros de discusión: los parlamentos. Al menos en Europa, es responsabilidad de los medios de comunicación, promover y acercar el sistema democrático (y la pequeña libertad que se asocia a este modelo de estabulación humana), por lo que sus críticas suelen reducirse a mostrar y expandir dos versiones, la del Gobierno y la oposición. Rara vez se critica el modelo. La empresas periodísticas también tienen sus intereses.
Así que no hay otro juego que seguir a vueltas con Rajoy y Zapatero. Mi padre mantenía una postura próxima a la oposición, y que se remontaba –como en buena parte de los habitantes de la península- a la enorme desilusión que trajo Felipe González, desilusión que desembocó en una especie de hastío, de aborrecimiento. Digamos que una parte significativa de los votantes lo son de carácter. Miden en los políticos su temperamento, de modo que su voto está coaccionado por los medios de comunicación. Según nos lo vendan. Con el tiempo he aprendido a contemplar esta postura como un espectáculo en sí misma, como se puede escuchar a Jiménez de Los Santos o hace una década se veía el telediario de Carrascal. He intentado expresar la voz masculina diferente, dicho sea esto sin vanidad alguna, y en los cauces que se me ha permitido hacerlo. Mi opinión no es otra que el eterno aprendizaje al que me ha llevado la proximidad de la discrepancia. La fórmula que una parte de mi generación (nací en los sesenta) inventó para no irse del bolo. ¿Cómo la llaman? Ah, sí. La generación sacrificada. Yo creo que hemos aprendido mucho a convivir y nos hemos dado cuenta de que falta mucha educación. En este país, como en tantos otros, no se enseña política en la escuela. Y es una asignatura esencial, mucho más importante que la religión, porque de ella depende no sólo nuestra convivencia sino nuestra libertad. La libertad para mí es el libre albedrío.
En el tema vasco, como el escritor Bernardo Atxaga, soy partidario de la creación de Euskal Iria. Es importante el concepto, porque los idealistas no tenemos voz. Se apaga en el arte. Y una parte de la imaginación que hay que echarle a los asuntos difíciles reposa en la existencia de otro tipo de masculinidad, otras maneras de ser hombre. Frente al concepto de Euskal Herria, ya saben, la independencia pura y dura del País Vasco con todas sus provincias (incluída Iparralde y Nafarroa), se ha levantado siempre el sueño de un país vasco diferente, Euskal Iria. No se habla de este país porque requiere otra forma de sentir la masculinidad, una forma que por fin reconoce la voz de las mujeres en todo este entierro. Y nunca mejor dicho. Es la voz de los sueños, la voz de la ciudad frente a la voz de la tradición, la casa y el padre. Es la creencia en la hermosura de la vida en sí misma, y no en la batalla que desangra y deprime. Para que estas nuevas formas de entender la sociedad se vayan abriendo a la población es necesario, desde la infancia, introducir otros conceptos de educación y que ya se emplean con niños enfermos, discapacitados y hasta con los niños geniales, los superdotados. Enseñarnos a crear nuestro pensamiento, a evitar la manipulación y las comeduras de tarro, a abrir la mente a otra percepción. Es un camino más complejo (y más interesante) que la discusión de buenos y malos, PSOE-PP, policías y terroristas, etc. etc. Por eso muchas de las charlas que mantuve con mi padre terminaban con esta frase: «¿Has oído hablar del Informe Petras?»
|