Quien calla, otorga
miércoles 30 de enero de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Las páginas de sucesos, los espacios relacionados con lo mórbido y lo turbulento, suelen manipularse para captar la atención de los más ignorantes. Los encargados de elaborar estas noticias las tratan de una manera lamentable porque a su juicio, presentadas con sensacionalismo y burricie, es como realmente las comprenden los lectores, los oyentes o los televidentes. De una forma más sensible se pierde audiencia. De modo que a una desgracia se le puede sacar el jugo hasta que produzca asco escucharla. El penoso juego de las dramatizaciones, donde unos actores - para ponérselo fácil al televidente más pasivo - reproducen lo que ocurrió, tiende a simplificar la realidad empujándonos a la llantina. Eso en el mejor de los casos. En el peor, es fácil que bajo una banda sonora cargadita de tópicos, las imágenes se regodeen en el dolor ajeno hasta el extremo grotesco de convertir a la víctima en un muñeco de feria y a los delincuentes, por contraposición, en diabólicos antagonistas. Los delincuentes más jóvenes acaban creyéndose unos hachas y por un instante quieren tener su pedacito de gloria. Aunque sea de grloria criminal. No me extraña que dos mandriles de veinte años violaran hace unos días en Rosas (Girona) a una muchacha de quince. Y digo que fueron dos, y no uno, porque el segundo participó del delito grabando la acometida del primero en su teléfono móvil. No sólo denegó el auxilio a la chavala, sino que animó al mostrenco en su machada. El que filmaba la violación debía creerse el director de una película, incluso increpó a la víctima para que chillara más fuerte porque no la oía.
    Todavía existen engendros a los que se les encuesta por la calle. Les preguntan: ¿A usted le gustaría ser violado? Y lo gordo es que te responden que sí. Su idea de lo que realmente es una violación resulta amorfa e insensible. Si en ese momento, el encuestador cambiara el micrófono por un palo de escoba e hiciera tan sólo el ademán de darle su merecido, este idiota que es incapaz de ponerse en el lugar de nadie y que asegura estar deseando sufrir una violación, recularía de inmediato. La violencia machista está llegando al punto demencial de grabar sus andanzas. Lo hace para el recochineo posterior entre sus iguales más imbéciles, como si necesitaran quedarse con un recuerdo de su aberración. Dudo mucho que lleguen a tener algún día una relación normalizada con el sexo opuesto, un sexo en el que no encuentran compañía o compenetración, al que no entienden como persona. Una parte muy importante de la educación sexual, esa educación que no se imparte en los colegios, estriba en la sensibilización de géneros. Por ejemplo, ¿han caído en la cuenta de que el verbo joder, en castellano, tiene implicaciones horribles? Siempre lo utilizamos como sinónimo de hacer daño, cuando hace alusión en realidad al acto más cariñoso que pueden emprender los seres humanos. Ya en el lenguaje mismo se deposita la carga violenta de nuestras acciones. No sólo las palabras tendrían que cambiar. Nuestras madres y hermanas, nuestras parejas y nuestras amigas, lo demandan constantemente.

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