La jornada no presenta mayores novedades que su propia fecha. Los científicos han secunciado el genoma del mamut lanudo, sube el precio del autobús y las bolsas siguen desplomándose. No sabemos dónde acabará el pozo, así que la dimensión del pelotazo debía de ser estratosférica. Dura tanto la caída libre que nos cuesta oír el estrellamiento del sistema. Como nadie escucha un plaf, el Banco de España desliza un teletipo precisando que no hay que hacerse demasiadas ilusiones. Que la crisis durará un año, mes arriba o abajo y que el refugio de transeúntes está de peña hasta las trancas. Va siendo hora de flexibilizar a los empresarios y los lectores de los periódicos, que están en la pomada, se dan cuenta de que hay que meterles en cintura. Los periodistas les preguntan si están de acuerdo en que el Gobierno eche un cable a las casas de coches y sueltan los desalmados que allá se las compongan, de modo que la encuesta durará poco en cartelera. Los anunciantes de automóviles se retraen, no resulta rentable. El pesimismo toca fondo y necesita hacer sangre.
Nos han rayado tanto la sesera que estamos deseando que pete el banco y nos deje en paz. Si la brasa continúa llegará un día en que los piratas de Somalia, los que se han forrado a conciencia secuestrando buques pesqueros que abordan también a los que cargan petróleo, aparecerán en las noticias como ángeles justicieros. A sus abogados londinenses, sin ir más lejos, les ha sentado de maravilla esta expansión del negocio y mientras hacen caja se frotan las manos de gusto. La Camorra también está contenta, como una descosida se ha puesto a repicar la película que les pone a caldo y ahora la venden en el top manta. Es una época tan idiota que la información no dura un suspiro y se devora a sí misma. El ruido genera ruido y nos estamos quedando sordos. Menos mal que el Congreso se ha retractado y no va a colgar una placa de la monja masoca en el vestíbulo. Menos mal que ya tenemos un restaurante de una estrella Michelín en el Tubo. Menos mal que continuarán saltando a la Prensa, aunque sea por fascículos, los cientos de millonarios muebles que se ha fundido el ayuntamiento para ponerse guapo el nuevo consistorio. Hace falta más madera en las rotativas. Más carnaza contra Exponabo 2014. La gente pide más.
Es imposible que en una jornada como la de hoy, fascistas y antifascistas no puedan darse de cañazos. La Delegación del Gobierno no tiene sentimientos, ha perdido la memoria histórica igual que el juez Garzón perdió antes de ayer la primera batalla con los políticos. Si los delincuentes han muerto, ¿no hay a quien juzgar? El magistrado tiene las pruebas, las armas y los cadáveres, pero no le dejan hacer las autopsias. Con el número de casos actuales que hay pendientes en los archivos, este hombre se empecina en revolver los de hace más de setenta años y en pleno 20-N, el mismo día que la diñó el dictador, con lo feo que queda. Mejor otro año u otro lustro, cuando los políticos de la transición hayan desaparecido. Igual entonces, con un poco de suerte, habremos perdido ya la memoria.
La memoria cuesta seiscientos euros por universitario, que es lo que gasta cada año en fotocopias. Nadie sabe para qué se funden semejante pastón si luego se pasan las horas muertas frente al ordenador. Lo mismo se han dejado la vista en las pantallas y ahora tiran de folio porque no ganan para lentillas. ¿No harían mejor en sacarse un curso de informática on line? El Gobierno, aplicando el Plan Bolonia, ha decidido que la carrera de informática desaparezca de los planes de estudio y todo el mundo reconoce que es un alivio. Es más práctico comprarse otro protátil cuando se estropea el viejo que intentar arreglarlo. Si nadie entiende lo que le pasa al animal es que habrá salido con alguna tara de fábrica. Es lo mismo que ocurre con las noticias, con la bolsa, con la crisis y hasta con el equipo de fútbol. Nadie levanta cabeza pero el ruido de fondo continúa. A la gente la siguen pillando en la carretera conduciendo a doscientos treinta por hora, da lo mismo que le quiten puntos, el carné o la misma vida. Con la velocidad, el ruido se convierte en un moscardón y desaparece. |