Suena más simple que un manojo de habas, pero es de cajón lo que cuenta su Majestad a la periodista Pilar Urbano en el libro «La Reina muy de cerca» editado por Planeta: «peor sería que te sacaran de tu sitio». Es lo que piensa la monarca cuando queman su retrato los independentistas catalanes. Se trata de fotografías, papel que prende y se consume. Mientras le meten fuego a las imágenes, banderas y símbolos no se pasa a mayores. Y es cierto, pero a mí me daría cierto repelús enterarme de que una pandilla de vagos y maleantes emplea su tiempo en hacerme vudú. Hay que tener mucha inquina a alguien para gastar el ocio en montar misas negras y no creo que la Reina merezca semejante atención. Parodiando a Faemino y Cansado, la Reina está muy sobrevalorada. Te das cuenta enseguida, leyendo un recorte de la entrevista, el avance del libro revisado y autorizado por los cuidadores de imagen de la Corona, que acaba de salir a la luz pública.
Se ha dicho siempre que en la Jefatura del Estado quien realmente lleva los patalones es doña Sofi, a la que se califica desde antaño como a una auténtica profesional porque el Juancar, como todos los Borbones, le da al frasco, es una tontaina y un bala rasa. Cuando pillaron al Rey con una de sus amantes en Suiza, se armó gran escándalo por una viñeta sobre la Reina, que esperaba al Rey en La Zarzuela, detrás de la puerta y blandiendo un amasador de pan. Nada se comentó entonces a cerca de las andanzas del monarca en la Confederación Helvética. Eran los viejos tiempos del felipismo y los pelotazos, nos despertábamos a diario con un barrizal entre las manos, de modo que una carroña tapaba a la siguiente y muy pocas lograban mantenerse en portada durante unas semanas. Las corruptelas crecían como champiñones en la huerta. Estaban de moda hasta que saltaba de pronto una mayor, así que lo del Rey en Suiza quedó en el limbo de los telediarios. Daban mucho más juego los pistoleros del GAL. O la rocambolesca huída a Laos de Roldán, previamente fotografiado en paños menores y metiéndose unas rayas de farlopa con una putas. Los gobernantes de finales de siglo en España tomaban pocas precauciones a la hora de meter la mano en la saca común o de maniobrar en las cloacas del Estado, han aprendido mucho desde entonces y el periodismo de investigación además está en horas bajas. Los nuevos ricos de aquella época se cubrieron de gloria el riñón y ahora están colocados de asesores en las principales empresas del país. La monarquía, en cambio, sigue en el mismo sitio de manera incombustible. Por mucho que se prendan fuego a sus fotografías, la Reina sigue llevando el timón de la Corona con tal destreza que nos otorga el regalito de conocerla un poco más. ¿De qué paño está cortada y cuál es su textura profesional?
Preferiría a pies juntillas no haberlo sabido nunca, porque en este adelanto proyecta la Reina un aire caduco y tranochado, semejante al que tendría una abuela carca y lejos del que cabría presumir en una señora bien viajada por el mundo y con millares de contactos. La Sofi, única dama de la península que goza de un sillón en el selecto Club Bildelberg, cuyos miembros, según cuenta la leyenda, manejan los hilos del planeta desde las sombras, es una católica convencida pero muy poco convincente. No se muerde la lengua al opinar contra el aborto, aunque esté hablando de una Ley aprobada en Cortes. Tampoco le ilusiona la eutanasia, concepto que diferencia en un severo cacao mental de lo que denomina «muerte digna». Además, se deduce de sus palabras que es una creacionista. Apuesta sin duda por la enseñanza de la religión en los colegios. No dice a cuál se refiere pero cabe presumir que habla de la suya y que por lo tanto estará visiblemente contrariada por la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía que se imparte en los centros de enseñanza. A su juicio, los niños deben aprender la religión para conocer —literalmente— cuál es el origen del mundo y de la vida. Aunque sea un cuento chino, los curas han de seguir piando en las aulas que un tipo llamado Dios creó el mundo en seis días y que el último se echó la siesta, de la que no sabemos aún si se habrá despertado o no. A la Reina no le gusta además que los homosexuales puedan sufrir, como cualquier otro vecino, las vicisitudes del matrimonio. Es una penalidad que la Reina reserva a contrayentes de distinto género. Si los gays quieren vestirse de novios y hacer también el canelo, a este tipo de casorios habrá que buscarle otra denominación. De hecho, incluso se le hace raro que puedan sentirse tan orgullosos de ser gays, que lleguen al extremo de subirse a una carroza y proclamarlo desde allí a los cuatro vientos. Supongo que ella, en su lugar, se sentiría sobrecogida. Más o menos como se siente un servidor al leer sus palabras. |