Le he echado un vistazo a los planos del tranvía y creo que se van a poner como hienas. El carril que ahora acaba en la Gran Vía zaragozana atravesará la plaza de Paraíso, la de Aragón y el paseo de Independencia para meterse por el Coso y cruzar el puente de Santiago desde el Mercado Central. Para que ocurra algo semejante tendrá que desplazarse la fuente de Paraíso hacia el comienzo de Sagasta y reducir la circulación de automóviles en el paseo a un sólo carril por sentido, lo que pondrá en contra no sólo a los comerciantes sino también a los conductores. Es lo que hay. Va siendo hora de acabar con los tubos de escape, la fabricación de coches y el ruido en las calles. Nada mejor para conseguirlo que reducir el tránsito de vehículos privados, casi siempre ocupados por una sola persona, la cual aduce en su descrédito razones simplonas, como que tiene prisa, que vive lejos, que ha de llevar a los niños al cole o que necesita el trasto para trabajar. Todas estas situaciones tendrían que cubrirse mediante el uso de transportes públicos. Tendrían que ser baratos, eficaces, silenciosos además de ser capaces de interconectar autobuses y tranvías con las líneas de cercanías que cubrieran las localidades próximas y los rápidos trenes que nos unieran con las ciudades restantes. ¿Es así? Mientras estas necesidades sean utópicas, los conductores continuarán aduciendo que no hay manera de desplazarse entre los polígonos y las urbanizaciones, entre los pueblos y el centro, sin comprarse un coche para funcionar. Que los gobiernos nunca terminen de facilitar las redes públicas de transporte representa un conflicto clásico entre la industria automovilística y la sociedad ecológica del futuro. Si pudiésemos desplazarnos de un sitio a otro de manera rápida y económica, incluso gratuita, no se fabricarían más coches y el desempleo sería mayor. Otra cosa es el resultado estético de toda la obra, que a mi juicio resulta demasiado adoquinada y fría, parca en plantas, flores y arbolado, donde las fuentes se evaporan del trazado y los bancos tradicionales se sustituyen por caras piezas de diseño. Recuerdo con nostalgia los pittosporum de Fernando el católico, esos frondosos arbustos que separaban a los peatones de la circulación y cuyas flores dulcificaban con sus penetrantes esencias las narices de los paseantes desde la plaza de san Francisco hasta el parque. El tranvía es un medio interesante, pero su trayecto debe ser acorde a sus prestaciones. Confío que el resultado final recupere el verdor que ahora se ha desechado, las fuentes que han desaparecido, kioskos y terrazas que se esfumaron. Es un acierto que pueda jugarse al ajedrez en la calle, la presencia de dos tableros en la Gran Vía invitan a practicar, pero si el entorno fuese más verde sería más propicio. Más humano. |
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