La atención de los seres humanos es muy relativa. Podemos observar cualquier fenómeno con un detenimiento extraordinario y en décimas de segundo, mediante el vuelo fugaz de una mosca, reparar en un suceso sin relieve que disipa toda nuestra concentración. En ciertas ocasiones somos tan evidentes en nuestra morfología que resulta sencillo alterar el orden lógico de las acciones. Durante los rituales públicos, cuando se exige un comportamiento y se marca una conducta, para reventar el protagonismo de quienes trabajan en primer plano basta con ejercer de insecto. Como en todas las estrategias humanas, las que mejor funcionan son aquellas que atraen la mirada sobre uno mismo de manera tan convincente que resultan genuinas, sin trampa ni cartón. Si somos capaces de desarrollar una acción alternativa lo suficientemente ingeniosa como para desplazar el protagonismo hacia otro contexto, una aburrida conferencia puede concluir por ejemplo en un espectáculo circense. Hemos presenciado en ocasiones que parte del público que asiste a una asamblea se levanta de pronto dando gritos y se despoja de sus prendas, mostrando así las que lleva debajo y en las que pueden leerse eslóganes y consignas, soflamas que, mediante un truco publicitario de alto impacto, se abren un hueco en los medios de comunicación, un espacio gratuito que de ningún otro modo podrían comprar y que les sale gratis al manifestarse como una protesta. Las fuerzas de orden público y los encargados del protocolo se encargan de que los acontecimientos deriven por los andurriales correctos, da igual que se trate de un juicio o de un parlamento, cualquier acto público exige un respeto formal y a quien no le guste ya sabe de antemano dónde tiene la puerta. No es tan sencillo, en cambio, evitar las disensiones en el seno de los asistentes. De igual modo que en un concierto de música clásica puede sobrevenir un virulento ataque de tos, durante una imposición de medallas le puede llegar a alguien un paro cardiaco. Los seres humanos somos mortales, y por lo tanto imprevisibles. Además hay foros de mucho ringorrango, democracias que en realidad esconden tiranías, y sólo te das cuenta después, cuando aparece un generalón y secuestra al presidente. Viviendo en una época de apariencias es muy facil dar un golpe de efecto, lo complicado es que resulte creíble. Un profesional se maneja con la sencillez de una mosca y mediante gestos muy precisos genera acciones distractoras y simultáneas, pero actúa en grupo y resulta caro de pagar. El reventador perfecto sin embargo desconoce su condición. Simplemente ha sido invitado a un acto y en consonancia con su naturaleza terminará por dormirse en primera fila roncando a mandíbula batiente, dedicándose a ligar de manera ostensible o generando sucesos de inexplicable torpeza Depende de la categoría del sujeto y de su asociación con lo que ocurra en primer plano, que la presencia de un reventador perfecto, frente a cualquier profesional, resulte devastadora. No sólo para su imagen pública sino también para el prestigio de los más allegados, que no saben ya si pretarle el cuello o pedir que se los trague la tierra. Se gasta demasiado tiempo y dinero en desmoronar actuaciones públicas, cuando sería más sencillo invitar al marido de la ponente, a la querida de un tercero o a un pariente con ojeriza. El escarnio, cuando surge de manera espontánea, es tan efectivo como una revuelta. |