La libertad de expresión y el desmoronamiento de la prensa escrita como medio de masas, ha producido otros vehículos de comunicación que a la corta resultan más efectivos entre la gente. Por lo general nos preocupa un colín lo que ocurra cuatro calles más abajo. Nos importa un rábano lo que le pase al vecino, siempre y cuando no manche nuestra colada. Gracias a las nuevas tecnologías nos hemos convertido en cronistas de barriada, reporteros familiares y fotógrafos de bodas y comuniones. Los correos electrónicos reproducen el mismo esquema que el «Hola» en la peluquería o en la consulta del dentista. Cualquier blog de internet tiene más pegada que el más profundo de los telediarios. Los teléfonos móviles además son instantáneos y la mayoría incluyen internet y cámara de fotos. La calidad es lo de menos, lo que interesa es la rapidez. Soy de los que piensan que nada es nocivo, a no ser que se utilice de manera perniciosa o con tal negligencia que acabe socavando nuestro prestigio personal. Los profesionales suelen pensarse a menudo lo que publican, contrastan las informaciones y evalúan el impacto de las noticias. Son conscientes del peligro que conlleva exponer una imagen robada, o al menos tendrían que asumir los daños y perjuicios, en cambio la zona rosa del periodismo casi siempre camina varias zancadas por detrás de la ética despertando las bajas pasiones entre sus acólitos.
Algo semejante ocurre con el «sexting», o sea, con el envío de fotos por el móvil, generalmente entre adolescentes y con un marcado sesgo exhibicionista. Mostrar el palmito a los amigos es de una ingenuidad pasmosa y la fotografía que alegremente se regala con el sano propósito de gustar puede humillarnos. En Estados Unidos además se considera un delito, hasta el extremo de que un fiscal ha encausado a una chavala menor de edad por enviar a sus amigos su propia imagen, donde lucía en sujetador. El fiscal en cuestión no tiene desperdicio y habla de proteger a las niñas de los pederastas mientras las somete a juicio.
Personalmente creo que hay que distinguir entre el tráfico de imágenes pornográficas de menores, tras las que se ocultan delitos de toda laya, y esta práctica estúpida de adolescentes atolondrados. Hay que comprender también que uno puede meter la gamba y que bastante tiene con asumir las consecuencias de una sandez. Otra cosa es que te roben una foto en el baño, que también ocurre en los colegios. Hay que ser coherentes. La publicidad en materia de bragas y calzoncillos, que contemplamos a diario en cualquier parada de autobús, deja el «sexting» a la altura del barro. |