La Constitución y la Ley d' Hont dificultan que cualquiera de los dos grandes bloques políticos consiga gobernar en mayoría absoluta. Casi siempre necesitarán pactar con las otras formaciones, de modo que reducir todo el Estado a la pugna entre socialistas y conservadores empobrece la realidad. La fotografía resulta más clara gracias a un encuentro a siete partidos, como tuve la ocasión de comprobar frente a la caja tonta. Aunque el encorsetamiento en fracciones de un minuto o dos, y la rigidez en la toma de palabra según representación en el Congreso dificultaba la agilidad en las opiniones, permitía a los políticos más agudos crear un eufemismo de debate y generar un panorama más rico que el cara a cara entre Rajoy y Zapatero. Lo primero que me llamó la atención es la aplastante minoría de género de las mujeres frente a los hombres, en razón de 6 a 1, donde la representante de Izquierda Unida fue la excepción. Lo segundo, que la mayor parte de los litigantes fueran de segunda fila, circunstancia indicativa del valor que los partidos otorgaban al debate en cuestión. Y lo tercero, que dirigiera el encuentro una periodista. Resulta cansino encontrar tanto calzoncillo en política, de modo que es positivo romper desde el arbitraje esta impronta de masculinidad.
Aparte de la ignominiosa diferencia representativa de los géneros, desde el principio se registró de manera patente la división en dos bloques desiguales, el nacionalista periférico y el nacionalismo centralista, donde el PSOE actuaba de llave para resolver o mediar en el eterno conflicto. Fue muy evidente el hallazgo de auténticos yacimientos de votantes a los que todos los partidos agasajaban sin ningún sonrojo, como en el caso de las viudas, donde se produjo la subasta que alcanzó los 750 € de pensión. Quedó en entredicho la aplicación de la Ley de Dependencia, donde vascos, catalanes y canarios la tildaron de escaparate al haberla puesto en funcionamiento sin fondos suficientes para llevarla a la práctica. Apareció una vez más el archiconsabido problema de la violencia etarra, y hasta que no salió a la palestra tuvimos la oportunidad de observar a un representante conservador efímero en su desdén, incluso con dotes centristas de lo más amables, lo que sin duda podría augurarle una larga carrera política. Fue a partir de ese instante donde el debate empezó a encontrar serias contradicciones. La propuesta de Izquierda Unida, sobre el aborto libre y gratuito, no la recogió ninguno de los presentes. El pancatalanismo de Esquerra Republicana chocó frontalmente en materia linguística sobre el valenciano con el Partido Popular, cuyo defensor aprovechó el rifirrafe para involucrar al socialista y pedirle explicaciones sobre la extraña coalición para el Senado entre PSOE y ERC. Aun con todo, y en definitiva, el debate a siete mostró ser un instrumento mucho más realista y creíble que la caricatura que presenciamos el pasado lunes y que se rematará el día 3 a bombo y platillo. |