|     Tras el destape de las hipotecas basura y otras zarandajas económicas, las gentes de Wall Street no  han sacado del follón ni una conclusión sana. Ni se les pasa por la cabeza darse un baño de humildad o despegar el culo de la limusina,  prefieren  campar a sus anchas. Son como la alcaldesa de la Muela, que después de cuatro meses en la trena viene diciendo que es inocente. Y hace bien, qué narices, para algo existe la presunción de inocencia. Los analistas de esos periódicos que tienen color salmonete,  andan con la mosca detrás de la oreja y han decidido  fijar la lupa sobre las  miserias económicas, las viejas carroñas, los nuevos chanchullos y demás pelotazos  que van apareciendo. Según los indicadores, están convencidos de que esta peña tan chachi sigue jugando sucio y que si nadie les para los pies en un par de años nos saltará a la cara toda la mierda que ahora se llevan entre manos. ¿Será el acabóse o aún les darán correa? Una vez que los estados se han hecho cargo de todos los timos  de la estampita a escala global, se acabará demostrando que los brotes verdes no son más que esquejes, matriuscas que encierran nuevos pufos. Así que encaramos la recesión entrampados hasta las cejas y con visos de caer por el precipicio de un caos todavía mayor. La banca, por lo visto, necesita financiarse, recuperar  en un voleo los beneficios a los que estaba acostumbrada y sin ningún escrúpulo vuelve a echar mano de negocios que huelen a tongo. Cuando el río suena, agua lleva. Es lo que pasa cuando se especula  con el beneplácito del Estado, que tira de la máquina de fabricar billetes  intentando cubrir los agujeros mientras la Bolsa sube como la espuma. Los  piratas del siglo XXI se mueven sobre tarima flotante, parqué de maderas nobles y muebles de diseño, no están dispuestos a rebajar su «modus operandi» ni su «modus vivendi», prefieren huir hacia delante y ya saldrá el sol por Antequera.
 En los parlamentos de las democracias europeas cacarean  entre tanto los políticos sobre  lo difícil que resulta meter a la chusma en cintura si  los ricos, que tendrían que dar ejemplo de honradez, continúan escondiendo la pasta en los paraísos fiscales. Siempre han existido los fielatos, esos lugares de asilo donde   se busca refugio mientras   escampa el temporal. Ahora que hasta los monjes se quitan de enmedio en la cartuja del Aula Dei, todavía nos quedan los paraísos terrenales, donde se trincha y corta  sin encomendarse a los dioses ni a los diablos y con toda impunidad. Con la ley nace la trampa y en los países  pequeños, como el Vaticano, Andorra o Mónaco, y en las colonias más diminutas, como la de Gibraltar, las trinquiñuelas y martingalas son tan flagrantes que el núcleo duro del poder económico suele fijar su residencia en esas cajitas de bombones.
 Aunque parezca lo contrario,  Obama no es el amo del mundo sino los que sueltan su dinero en las islas Caimán. El concepto de paraíso fiscal, donde rige el anonimato, no sólo surge en esas naciones que tienen el tamaño de un mechero, sino también en las de mayor formato que, preocupadas por la competencia, generan sus propias taifas para dar salida a los negocios  turbios, como en la británica isla de Jersey o en la de Man. Cuentas numeradas y empresas buzón sirven a los poderosos para cambiar la pasta de sitio, blanquearla, multiplicarla y darse con ella la vida padre. No me extraña que el ministro de exteriores, el señor Moratinos, acabe dándose un garbeo por Gibraltar. Nadie lo sabe con exactitud, pero se calcula que flotan  doce billones de dólares por los tugurios financieros  sin que nadie les eche el guante. ¿Qué cantidad se pasea por Gibraltar?
 El capital, desde las Cook hasta Singapur pasando por Liechtenstein y media docena larga de islas caribeñas, se mueve en secreto por internet a la velocidad de la banda ancha. La pasta no tiene fronteras y creer que el peñón estará algún día bajo soberanía hispana es más ingenuo que un niño de pecho. Tan sólo garantizando la actual autonomía financiera, o creando de facto un nuevo Hong Kong, pemitirían los millonarios hacer un rato el tonto con las banderitas. Y en el peor de los casos se desmonta el tenderete y se desplaza a otra parte, que paraísos no faltan. La batalla nacionalista, de la que tanto hablan  los conservadores, es un anacrónismo en Europa. Con Ceuta y Melilla justo en la orilla de enfrente, Gibraltar está perdida. Incluso me aventuro a decir que, como todas las reglas tienen sus excepciones, podría darse el caso de que sin excepciones a los ricos no les gusten las reglas. Lejos de limpiar pues el planeta de paraísos fiscales, el cielo de los chanchullos se propagará con  facilidad.  A los negociantes de la aldea les encantan las singularidades.
 Alcanzar un estatus especial, hacer lo que te venga en gana, mola mazo a las gentes de orden. Les gusta desmelenarse, desinhibirse, desfogarse, y cuanto más lejos de casa mejor, sin miradas indiscretas, sin chantajes y sin impuestos, el pelotazo se convierte en la chispa de la vida. La lealtad, el patriotismo, la ética o la moral, son engañabobos, creaciones de cuatro listos para llenar la saca. A una modelo de Singapur —por ejemplo— la pueden pillar en Malasia bebiendo cerveza y arrearle  una somanta de latigazos, en cambio los jeques pueden irse a Bahrein o a los Emiratos y ponerse hasta arriba de whisky sin que nadie les chiste. Las excepciones resultan fantásticas para el que se las puede costear.
 Existen paraísos de toda laya en este mundo y  fabricados según las perversiones de cada cual. Los pedófilos van a Tailandia y los jineteros a Cuba, lo mismo que crece en Afganistán la heroína y la mafia rusa  en Gibraltar. Las alcantarillas del planeta dan tanto juego que no hay que irse  lejos para encontrar a gente  trabajando en condiciones paupérrimas. En Alcañiz te mueres por falta de oxígeno currando a lomo caliente en un sumidero lo mismo que en Vietnam. Igual que  en el Chicago de los años 20 abandonaba un gángster el trullo aflojando la billetera, por menos de un «kilico»(de euros) ahora sales de Zuera, aunque sea con una recua de cargos judiciales en la chepa. Hasta en Monegros, y con el aplauso del gobierno, te puedes montar un casino, un cantón o cualquier zangarrana. Sólo hay que untar a la gente adecuada. Al fin y al cabo, el universo está repleto de materia oscura y agujeros negros. Qué mas da un coprolito más o una boñiga menos, sin las singularidades no seríamos nada.
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