Existen muchas artimañas para convencer a la gente. Si el asunto no nos afecta de forma directa basta con emplear cuatro clichés para que un pensamiento se extienda al ámbito local, generalmente por medio de modas y abusando de los tópicos. Es tan sencillo extender una maledicencia como proclamar una virtud, el campo de la publicidad crece hasta en terreno baldío. La sociología se ha ocupado en exceso de los memes, pero sus primos, los logotipos empresariales, esos pequeños símbolos productivos que buscan el monopolio de un objeto de consumo en el mercado, han logrado que algunas marcas se eleven al rango de palabras. La mecánica que utilizan para imponerse a sus genéricos, y por ende al resto de sus competidores, suele ser machacona y reiterativa, se expresa mediante largas campañas y utiliza todo tipo de medios. La política no sólo está a la altura de estas manipulaciones sino que juega a menudo con ventaja gracias a su peculiar poder de sugestión. Al fin y al cabo, los arquetipos que labran nuestras conciencias se alimentan igual de verdades que de mentiras. Siendo cada vez más difusa la frontera entre ambas, lo que realmente cuenta a la hora de calificar un argumento depende de un puñado de parámetros instalados en la percepción. Lo que dictan nuestros cinco sentidos es el primer plato de la información, la realidad más verídica. Hasta ella concurren vendedores de toda ralea buscando satisfacer sus intereses, generalmente encauzando nuestra mirada hacia una información muy concreta mediante unl señuelo que capte al instante nuestra atención. De este capricho publicitario abusan las empresas de telefonía móvil constantemente, hasta el punto de que no distingues en las promociones las ventajas de los inconvenientes, pues todo depende del punto de vista. No de las necesidades del consumidor.
Las entidades financieras, tan dadas a la letra menuda, modernizan sus equívocos multiplicando los puntos de atención. Entre los asteriscos y los pies de página, dibujan los banqueros engañosas cifras porcentuales. Las cifras, despojadas de impuestos, pierden peso en seguida como por arte de magia. Las transacciones comerciales manifiestan cierta tendencia a la prestidigitación. La distancia entre la demanda y la oferta es de cómic, como la Conferencia de Bali. El ciudadano medio de Arkansas ha visto por la tele que todos los delegados del mundo, puestos en pie, aplauden a la delegación estadounidense. Ni se le ha ocurrido pensar que esa emoción por lo yanqui, tan unánime como simplona, fuese producto de la desesperanza o del hastío al que puede llegar el planeta para intentar convencerlos. Es evidente que los estadounidenses no viven en el mundo, sino en Estados Unidos. Su país se extiende hasta donde haga falta según los intereses de sus empresas. Hasta tal punto han ligado el patriotismo y los negocios que la fuerza de sugestión apenas es necesaria, funciona sola. Los librepensadores de ese país han tenido que recurrir al documental para rebatir los eufemismos, las medias verdades y las grandes falsificaciones. Engañar a nuestras retinas se ha convertido en un arte, por eso lo auténtico no tiene precio y abre un camino sentimental para los corredores de fondo, los que funcionan siempre en paralelo. Es en paralelo donde nacen los ejemplos. Lo más alternativo allí suele ser lo más personal. El antídoto perfecto a la sugestión ambiental, lo que nunca falla, es lo más íntimo del individuo. Y no me refiero al estampado de sus calzoncillos, o al tejido con el que hayan hecho sus bragas. Cuando la prensa del corazón abre la espita no suele quedarse en minucias. |