Cada día que pasa se mueve más rápidamente la «tecnología de la verdad». Encendemos la tele, escuchamos la radio o leemos un periódico cualquiera y encontramos, gracias a los técnicos de la realidad consumible, quiénes son los buenos y los malos en la película de cualquier acontecimiento. Los sucesos se enlatan y se venden como si fueran productos de consumo con el fin de que los traguemos sin pensar. La actual y novedosa Guerra del Cáucaso es un ejemplo. Nos cuentan que el gobierno de Georgia bombardea la capital de Osetia del Sur, una provincia separatista, y que Rusia entra con sus tanques para «forzar» al invasor a la paz y detener a los que masacran a los osetios, gente maja y desde siempre muy amiga de los rusos. Observamos imágenes que subrayan esta «verdad» con sangre para que la comprendamos emocionalmente y una vez bien digerida vayamos asimilando de la misma forma las que vendrán después. Asentar en nuestra conciencia esta versión es muy importante, no en vano es la excusa que promueve la legalidad moral de una guerra. La legítima defensa y la venganza están escritas con letras de molde en nuestros cerebros, basta con apretar el botón que dispara los sentimientos más puros para que asimilemos una acción como justificable. Se hizo tras el 11-S en Estados Unidos para promover el ataque contra Afganistán, uno de los países más pobres del globo. Se hizo antes en Kuwait, no sé si recuerdan esa guardería —que luego resultó inexistente— donde los crueles iraquíes de Sadam mataban a los niños. Todas las guerras necesitan excusas creíbles que favorezcan la batalla. Otra cosa es que sean ciertas.
Este gran espectáculo de los Juegos Olímpicos que tiene hipnotizado al planeta alrededor del televisor permite al mismo tiempo actuar a los gobiernos y a las multinacionales en muchos campos sin que se les preste demasiada atención mediática. No sé si han caído en la cuenta de que las palabras de los políticos rusos son un calco de las que emplea Norteamérica, y que últimamente también usa China como si estuviera aprendiendo un mágico abecedario que otorga la impunidad para cualquier maniobra. La palabra ideal, la disculpa fantástica que garantiza el castigo sin contemplaciones, es hoy el terrorismo. La seguridad permite cualquier control y tropelía, nada debemos temer si somos inocentes porque el Estado y la Ley garantizan la paz internacional. Nunca se había inventado un sinónimo tan cínico y eficaz contra las libertades individuales y colectivas, contra el sistema democrático en sí mismo, que el terror. El terror permite a los grandes conglomerados económicos generar mentiras creíbles que permitan multiplicar beneficios sin ningún escrúpulo.
«El señor de la Guerra», de Andrew Niccol y protagonizada por Nicolas Cage, es un película que nos adentra en el interesante territorio de la carroña armamentística, pero que apenas dice nada sobre el espionaje y contraespionaje actuales, la triste labor de los altos diplomáticos del mundo y el enriquecimiento de las grandes fortunas gracias al sagrado invento del terror, el nuevo enemigo tras la caída del telón de acero y el bulo del soviet. Vivimos una época en la que estamos obligados a caminar de puntillas sobre las noticias, a cuestionarnos la veracidad de las imágenes y a pensar por nosotros mismos si lo que nos están contando es cierto o es parte de los intereses que mueven el mundo. Dicen que el periodismo de investigación regresa hoy de la mano de los escritores, en su mayoría novelistas, que todavía están al margen de las grandes empresas mediáticas y que pueden permitirse durante años trabajar en un proyecto y disfrazarlo además de ficción para esquivar los golpes procesales. Siempre, tarde o temprano, se conoce la verdad real. Se desclasifican los documentos y accedemos a los secretos mejor guardados. Es una pena que después de veinticinco años, cuando la luz nos da en la cara y podemos entender lo que de veras ocurrió en alguna parte, a las víctimas y a los muertos, a los refugiados y a los exiliados les sepa a poco o sea demasiado tarde. El negocio llevará años desde entonces golpeando en otra parte. |