No sé si les pasa a ustedes lo mismo, pero cuando se cumple una corazonada se me ponen los pelos de punta. La última de todas —ya llevo unas cuantas— es la colocación del escudo antimisiles en Rota. Las razones que esgrimen los jefes para endilgarnos semejante estupidez se basan, como siempre, en razones de defensa nacional. En mi natural ignorancia, cuando oigo hablar del escudo antimisiles, imagino que se despliega sobre Europa un gigantesco paraguas, un toldo de fantasía donde rebotarán las bombas que lancen los malvados. En otros tiempos, los malos de la película según narraba el telediario eran los señores del este, en su mayoría comunistas y prosoviéticos. Cuando el tingladillo se vino abajo, los jefes buscaron un enemigo nuevo, con el suficiente potencial como para generar un miedo pavoroso.
La historia de meter miedo comenzó con lo que era o dejaba de ser políticamente correcto, después continuó con Irak —la primera y la segunda guerra—, los atentados en Madrid y Londres y alcanzó su cénit con la demolición de las torres gemelas en Manhattan. La invasión de Afganistán, la tensión con Irán y Pakistán o la toma de Libia son caramelos de guerra que mantienen vivo el proyecto. Cuestionar esta idea impuesta por gobiernos y medios de comunicación sitúa al incrédulo fuera del tiesto. Demostrar que Al Qaeda es una sociedad anónima creada por las corporaciones y centros de inteligencia, para fomentar un enemigo creíble y favorecer a la industria de armamento, es algo tan complicado que los discrepantes arruinan su prestigio al abrir la boca.
Se está creando otro telón de acero, con enemigos externos e internos, y con religiones distintas. Hasta el momento no funciona tan bien como el anterior, pero con el tiempo será una maquinaria engrasada. El regalito de ZP antes de abandonar la poltrona habla por sí solo. Hemos pasado de fomentar la alianza de civilizaciones a tomar partido por una de ellas en concreto, colcando un escudo antimisiles en el Mediterráneo. De esta manera se colabora en la mentira: convirtiéndola en realidad. El premio radica en crear mil puestos de trabajo. El castigo se desconoce todavía. Salta a la vista que este presidente de gobierno, tan bonachón en apariencia, tan tolerante en su postura, era simple fachada. Se pasa por el forro los compromisos nacionales e internacionales, incluso el referendum sobre la OTAN, y antes de decir adiós firma nuestra plena incorporación en la industria del misilazo. Todo un ejemplo de dialogo pacificador. Y lo hace además sin perder el resuello ni la compostura, con las Cortes disueltas y a un mes y pico de la elecciones. Fabuloso.
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