No tenemos ni idea de los resortes que disparan nuestras emociones, de modo que a menudo nos encontramos atrapados en sentimientos confusos. Buena parte de la confusión nace de un profundo desconocimiento de la realidad que nos circunda. Creemos estar informados de lo que ocurre, pero sólo sabemos lo que nos cuentan los promotores y la publicidad, así que nos llevamos un chasco cuando la verdad se descubre y aparece sobre la mesa un bonito paquete que sólo contiene humo. Los europeos, allá en Bruselas, dicen que el asunto de los casinos de Gran Scala es un envoltorio de colorines y que difícilmente pueden juzgar como nefasto o permisible un montón de ideas pergeñadas al buen tuntún. Ya nos darán su opinión cuando exista algo, porque no hay más que videos en YouTube y no son críticos de cine. El gobierno de Aragón se ha gastado pues una pasta en anunciar una película que no empieza nunca a filmarse. Han escogido los exteriores, pero sin concretar dónde ni cuándo. Los actores no gozan de credibilidad y el director es un fantasma, no me extraña que los productores se resistan a invertir pasta en el meollo y que Súper Biel, ingenioso promotor de toda esta comidilla, no sepa ya dónde esconderse. No hay constancia oficial del supuesto proyecto porque es una nube en fase de definición. Nadie sabe si se evaporará en el aire o creará una tormenta. Gran Scala es lo más parecido a una espuma creándose en el plato del Bulli, pura cocina tecnoemocional. Mientras se fragua podemos hacer elucubraciones pero es de locos llevar al Parlamento Europeo el video de un ajolio presumiendo que pueda cortarse y provocar una salmonela a los comensales. Nadie ha visto la mayonesa de cerca ni se la ha comido aún. Tampoco hemos contemplado la tubería del Ebro, pero sí el socavón de kilómetros que la acogerá algún día y los tejemanejes que se lleva la Generalitat para permitir su construcción. Lo que en el caso de Gran Scala es pura ingenuidad, en la cañería del Delta es algo más que recelo. La gente sin visión ecológica piensa que en esta tierra creemos que el Ebro es de nuestra propiedad y que somos tercos y egoístas, pero no alcanzan a comprender que la tozudez maña tiene detrás una dimensión ecológica. El clima y el ecosistema del río están seriamente dañados. Aunque este país cumpliera a rajatabla el acuerdo de Kyoto, que no lo respeta ni de lejos, tendríamos que llenar de árboles las riberas y aún pasarían décadas para que el clima se pareciese un poco a lo que fue, porque su ciclo hídrico está hecho polvo. Estamos viviendo una primavera atípicamente lluviosa, desde hace más de veinte años que no se veía caer el agua de mayo de esta forma. De seguir en esta línea batiremos el récord histórico de 1946, cuando se cosecharon casi ciento cuarenta litros por metro cuadrado. La Expo recibe el impacto de otra crecida y el azud no puede cerrarse aún para probar la navegabilidad del río. Los dueños de las embarcaciones, que pretenden hacerse de oro a catorce euros el viaje de ida y vuelta y con suculentos alquileres para los que quieran montarse una farra abordo, no pueden probar los katamaranes. El espacio de aguas bravas está más bravo cada día que pasa la avenida y los mandamases de la Exposición Internacional enseñaron el Botijo —el Faro de las Iniciativas Ciudadanas— ayer a los periodistas para que viesen que no se hunde. Tampoco se hunde todavía el gobierno aragonés, que se ha reunido en cónclave para rogar que sigan las lluvias y no tengan que comerse el trasvase con patatas. Cuentan desde Madrid que en un par de días deciden si se hace o no el caño hasta Barcelona. Mientras tanto, el Ejército le ha concedido un premio al alcalde de Zaragoza, nadie sabe si en pago a la paciencia de la ciudad por acoger este año el día de la Fuerzas Armadas o por simple paripé. Las emociones, como el clima y la laicidad del consistorio, son inescrutables. |