Los científicos han logrado mover objetos a distancia con el simple poder de su mente. Se aplican unos cables en el cogote, los enchufan después a un ordenador y luego al trasto que desean desplazar y tarde o temprano se menea unos milímetros. Es cierto que el derroche de energía todavía no compensa. Mover una piruleta de un extremo a otro de la mesa deja las meninges para el arrastre, pero los experimentos telequinéticos avanzan a marchas forzadas y demuestran un par de asuntillos: que poner en órbita el cerebro cansa un montón, pero que si nos concentramos un huevo seremos capaces de cualquier cosa. Eso sí, hay que desearlo con ganas. Que desaparezcan los cables y que se ponga en marcha esa wifi mental que todas las personas llevamos bajo la capa de los sesos, esa masa gris y viscosa que apenas sirve para llegar a fin de mes, es cuestión de tiempo y de dinero.
El invento—qué duda cabe— es Made in Zaragoza. Sólo aquí es posible imaginar un futuro donde no haya que desagarrarse un tendón subiendo sacas por las escaleras o transportando las bolsas de la compra. Será el fin de la ciática y de la lumbalgia. La gente no invertirá jamás en sofás los ahorros de toda una existencia y nuestros deseos, como en la lámpara de Aladino, serán órdenes. Tampoco hará falta que perdamos el sueño para ganar un puñado de billetes de banco, tan rícamente le diremos a la pasta que cambie de dirección y en adelante residirá sin esfuerzo en nuestra libreta de ahorros. Está claro. Si la telequinesia funciona comenzará una era de lo más jodida. Los mentalmente poderosos alquilarán sus servicios a los jefes para no recibir un tiro entre las cejas y si cualquiera es capaz —mediante un ipod cerebral o concentrándose mucho— de traerse un lingote a casa, le calzarán al oro un GPS y en un pispás localizarán al pícaro. Supongo pues que patentar la telequinesia no es ninguna tontería.
Los japoneses, que son muy tecnológicos, ya se han empeñado en que durante esta década haya un robot en cada domicilio del sol naciente. De hecho, han comenzado a sustituir a los profesores de primaria por ingenios mecánicos, cachivaches rodeados de latex y forma de Heidi que igual te enseñan la lección que te castigan sin recreo. Mal augurio para los niños nipones, pero si alcanzan la facultad de enviar los objetos al guano, lo mismo aparcan a sus metálicos maestros en una chatarrería. Ya veremos. La ciencia no se ocupa de la ética, sólo investiga el fenómeno y descubre la mecánica. En cualquier caso existen auténticos patanes bien adinerados que hacen lo mismo y tampoco mueven un dedo. Para ellos la telequinesia es tal sencilla como coger el teléfono y poner en movimiento a los demás. No lo verán mis ojos, pero sería hermoso que la ciencia pusiera las cosas en su sitio o nos regalase al menos una oportunidad. |