Acaban de pillar a un chino en Sanghai y lo han devuelto a su casa con veinte euros en el bolsillo. El pobre desgraciado, tras perder el empleo, comenzó a peregrinar por el río Yangsé hasta la orilla del mar con la única esperanza de ver por primera vez las olas rompiendo contra el muelle del puerto. Tenía veintidós tacos, y digo que tenía porque dudo mucho que volvamos a oír hablar de él. No creo que termine siendo fusilado contra la tapia de alguna instalación deportiva —la pena de muerte sigue siendo legal en China, lo mismo que en Estados Unidos y otras tantas partes del globo— sencillamente un fulano como Zhang, así dicen que se llama, no merece que se gaste una bala del Estado en hacerle desaparecer. Es alguien que muere por sí solo y allí la gente la diña a diario tan rícamente.
El régimen marxista-capitalista de Pekín, tras los Juegos Olímpicos, ha salido muy fortalecido en la diplomacia internacional. Los líderes políticos europeos nos dijeron que era vital para el mundo que no se boicotearan las olimpiadas por un asunto tan tontorrón como la ocupación y posterior mordaza del Tíbet, que si les abríamos la manopla y les dejábamos lucirse tarde o temprano los corruptos descendientes del maoísmo ya se irían democratizando. La eterna confusión entre libertad y consumo nos entrega ahora esta perla de la comunicación mediática. Pillan a un chino parado moviéndose sin papeles ni autorización hasta Sanghai, una populosa capital donde terminan emigrando clandestinamente cientos de miles de chinos anualmente. Una noticia de tales características sólo sale a la luz pública si el gobierno asiático la deja nacer y la única razón de que logremos enterararnos de la existencia del joven Zhang es precisamente que no ha logrado su romántico propósito de ver el mar, sino que la policía ha terminado por repatriarlo gentilmente a su pueblo con la nada despreciable suma de veinte euretes en el bolsillo. La noticia es un aviso para emigrantes: si vas a Sanghai acabarás en el tren. Supongo que la cifra de veinte euros no habrá salido en la prensa china, una suma así ejercería de reclamo obligando a las autoridades a fletar ferrocarriles a mansalva, pero en Europa queda muy chic que el romántico caso de Zhang se desvirtúe hasta llegar al colmo.
Mientras los tecnócratas utilizan el comunismo para crear paraísos industriales al modo occidental, los ciudadanos chinos siguen siendo mano de obra barata en su propio país. Controlados por el gobierno luchan para subsistir en un manicomio económico, nada escapa al dominio del partido único y la corrupción es una moneda tan frecuente entre los cargos políticos que no se mueve una hoja sin su aplauso. Las mordidas y el tráfico de influencias han generado una nueva casta de millonarios alrededor de las tríadas, la mafia más poderosa de la región, que convive fraternal y primorosamente con el gobierno. Lo de ver el mar es un chiste de humor negro. |