Después de tener al juez Garzón mordiéndole las canillas, Rajoy, el jefe de los peperos, el señor de barbas, soltó una frase lograda: «Todo quedará en nada». Los que hemos tenido la fortuna vivencial —y la desdicha sociológica— de observar la deriva política que se ha producido desde que se inventó la transición democrática hasta nuestros días, estamos convencidos de la certeza del ripio. Con el trascurso del tiempo siempre se olvida la corrupción y los pelotazos, tarde o temprano termina apareciendo alguna miseria que supera a la anterior o por saturación simplemente desconectamos del culebrón de las mangancias y las intrigas palaciegas. Es tan evidente el cansancio que me sorprende que la abstención generada en Galicia o en Euskadi apenas roce el 35 %, lo que más me llama la atención es que los votantes tradicionales —ocurra lo que ocurra— mantienen una fidelidad bastante alta sobre las siglas de siempre. No hay cambios en el panorama, tan sólo movimientos de sillón. Entender como un cambio que en el país vasco, el sector de los españolistas consiga mover de la silla a Ibarretxe, supone quedarse en la teatralidad política. PNV, PP y PSOE defienden el mismo modelo económico. Representan los mismos intereses. No hay que ser un radical para comprender que el cambio de los factores no alterará el valor del producto. ¿Los cromos del nuevo lehendakari tendrán otro careto? Es probable, pero mediáticamente nos van a dar una brasa formidable con la normalización del problema vasco y la monserga de toda la vida. Esta paliza mental no terminará nunca porque es rentable a todas las partes implicadas. Sin el eterno quiste de la violencia la política peninsular sería todavía más predecible de lo que ya es. El ninguneo de las opciones independentistas, que suponen la cuarta ideología política en Euskadi, se contabiliza desde la nulidad de sus sufragios y este «triunfo constitucionalista», de llegar a acuerdos entre ellos —cosa harto compleja— en el mejor de los cacaos descafeinará aún más las mentalidades multiplicando el deterioro. Ganar, cuando se impide la participación de los contrincantes, podrá ser legal pero desde luego no es para dar saltos de alegría. De producirse este cambio de caras y de siglas en las altas poltronas de Euskadi, renacerán las reyertas políticas entre los descabalgados y las consiguientes puñaladas traperas entre los aspirantes a ocupar sus puestos. Las reformas se reducen casi siempre en nuestra democracia a un «quítate tú para ponerme yo». Es divertido ver cómo se majan a palos los líderes para mantenerse en el machito, pero no quiere decir que el movimiento de sillas suponga transformaciones en la estructura. El caso de Galicia es paradigmático. Una vez que se consiguió mover a Fraga del sillón de la Xunta regresan al mismo punto de partida. Da igual que el PP se haya visto salpicado en estos últimos meses por multitud de tejemanejes, al final reciben como premio el butacón aupados por los mismos votantes que en su momento permitieron el tándem formado por el Bloque y el PSOE, así que estamos en un bucle, en el cuento de nunca acabar. Al final, la normalidad democrática se reduce a la frase de Rajoy: «todo quedará en nada». El todo y la nada se mezclan en un cóctel de siglas para mantener la mentira económica. |