Yak
jueves 14 de febrero de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Los ejércitos nunca han sido santo de mi devoción. Por esta razón me sorprende que los más próximos a su mentalidad sean tan torpes, políticamente hablando, en el trato castrense. Desde que los socialistas tuvieron la oportunidad de asentarse en el poder - allá por la primera legislatura de Felipe González - hasta hoy, la progresía descafeinada se ha mostrado exquisita con el Ejército en múltiples ocasiones. Al principio se les guardaba excesiva prevención en los mandos militares. La población, de hecho, estaba convencida de que tarde o temprano chocaría el Gobierno con los generales, lo que traería conflictos de magnitud sideral: desde asonadas a ruido de sables o a bananeros golpes de Estado. La realidad cuartelaria se ha mostrado tan distinta de la ficción que, bajo la perspectiva que ofrece el paso del tiempo, mueve a la sorna. Precisamente durante los gobiernos conservadores es cuando se han producido los encontronazos más graves. Al final de la reventada transición de Adolfo Suárez se produjo la toma del Congreso y durante la época de Aznar el asunto penoso del Yakovlev 42. Parto de una base obvia: que no se puede comparar un accidente aéreo con una intentona golpista, pero ambos hechos son indicativos del descontento de la clase militar con los gobiernos conservadores durante la democracia española. No sé si esperaban otra fórmula de encuentro o es la habitual entre gentes de pensamiento patriótico, pero el descontento o el maltrato han ido generando distancias entre los políticos de derechas y la carrera militar.
    El monumento a las víctimas del Yak que se levanta en el paseo de la Constitución de Zaragoza es también un mausoleo a la torpeza. El próximo 26 de mayo hará cinco años que se estrelló en Turquía un avión alquilado a los ucranianos y que venía de la base militar española en Afganistán. Dejó sesenta y dos cadáveres contra la falda de una montaña pero también quedó allí sepultada o al menos en serio entredicho la mentalidad inepta del entonces ministro de defensa, el señor Trillo. Todavía se recuerda con pasmo la falta de información sobre la realidad del accidente y los nulos medios que se pusieron a disposición de los familiares para repatriar convenientemente a sus allegados. Los impresentables errores en la identificación de los cuerpos, que llegaron al extremo de la equivocación con los pilotos extranjeros. El secretismo fue sin duda el caldo de cultivo de un malestar profundo entre los oficiales y una indignación clara entre las familias afectadas. Ahora, un lustro más tarde, con la reapertura del caso por la Audiencia Nacional sale de nuevo a la luz lo que ya sabían los militares que volaban en este tipo de aviones: que estaban hechos polvo. Un comandante incluso acusa al exministro conservador de haber mentido. Aparecen documentos del Estado Mayor del Ejército en los que un teniente coronel recomienda que no se contraten estas aeronaves, destinadas realmente a la carga, para el transporte de soldados... Es tarde para asumir responsabilidades políticas, pero igual es pronto para la vergüenza.

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