viernes 17 de septiembre de 2010
Biopic
Cuando tienes una visión abierta y desprejuiciada resulta imposible abarcar todos los flancos. Toneladas de información llueven a diario sobre nuestras molleras y forjarse una opinión realista sobre la totalidad de lo que ocurre parece una locura. El mero hecho de intentarlo nos hace caer en la paranoia regalándonos casi siempre la triste impresión de que los seres humanos estamos siendo tratados por nuestros dirigentes religiosos, económicos, informativos, políticos y militares como si ellos fueran médicos y nosotros un cáncer. Las noticias se presentan ya de una forma tan patética que una vez desprovistas del proselitismo que las envuelve resultan hilarantes. Y como de la risa al llanto suele mediar un suspiro antes de caer en el escepticismo es fácil dejarse llevar por la indignación.
El otro día, por ejemplo, leí en el periódico que un trabajador había sufrido un accidente. Para llegar a esta conclusión tuve que traducir una columna escrita -atención- en castellano moderno. Al castellano ahora se le denomina español, como si en esta península no se hablaran otros idiomas o nos diera vergüenza comprender que escribimos en una lengua nacida en Castilla. No es ni mejor ni peor, tan sólo es Historia, pero a medida que iba leyendo la noticia e iba comprendiendo con extrema facilidad el significado de todas y cada una de las palabras vertidas en el texto, la trama en cambio se disolvía rápidamente. Sin advertir faltas de ortografía ni complicadas metáforas, era imposible en cambio derivar de ella ningún argumento creíble.
Un sencillo accidente laboral puede narrarse a los lectores como si fuese un ataque alienígena, así podemos lograr que la víctima de un suceso pueda ser contemplada en realidad como un torpe o un suicida, alguien que sufrió de pronto una alucinación, que fue poseído por un ente maligno, que se adueñó de la maquinaria que manipulaba atacándole después arteramente y sin contemplaciones. Sin testigos, el más tonto de los cuentos chinos resulta una opción antes de asumir los hechos, de esta manera cualquier información sale a la luz pública con las mismas ínfulas que una sentencia judicial. Todavía estoy intentando descifrar si la empresa para la que trabajaba este obrero del montón es anunciante del periódico. Tal vez esta relación económica obligara al diario a retorcer una noticia agria pero simplona hasta convertirla en un documental de ciencia ficción. Si esto se hace con un suceso de carácter local y mundano, ¿qué ocurrirá en ámbitos más complejos?