En la China, los jóvenes de la Generación Z, es decir, los nacidos entre 1990 y el año 2000, lo tienen tan crudo para conseguir un empleo que se fotografían en Instagram y en TikTok simulando que carecen de brazos y piernas. El fenómeno raya la chifladura cuando los vemos auparse en sofás, mesas e incluso balcones, como si fueran pichones reclamando unas alas, fingiendo que no son seres humanos, sino aves ya maduritas, de unos veinte o treinta tacos, para ver si de esta guisa les contrata alguien, quizá el oso Yogui o el pájaro loco, y abandonan de una vez por todas el nido familiar.
Hay que derrochar bastante imaginación para interpretar estas estampas con cierta corrección política ya que, en el mejor de los casos, las fotos sugieren que los jóvenes, en vez levantar el vuelo, echan en falta un dinero para pagarse una prótesis o una silla de ruedas. La metáfora del pollo es tan lamentable que reduce al esperpento cualquier mensaje implícito, pero reconozco que tiene la fuerza suficiente para hacerte trizas el cerebro, aunque igual me equivoco y en la China captan mejor este grito de auxilio generacional. En el «gigante asiático» la tasa de paro juvenil ronda el 15% y aquí, supongo que en el «enano europeo», sin llegar al escarnio de hacerse pasar por un gorrión, dicho porcentaje se duplica golosamente.
Mientras tanto, al otro lado del mundo, en Yanquilandia, también se ha instalado entre los jóvenes de la Generación Z una moda muy delirante que ya está causando estragos por Europa. Se trata del «Movimiento FIRE» que, traduciendo sus siglas al castellano, busca alcanzar a marchas forzadas la independencia financiera con el propósito de retirarse del curro cuanto antes.
Estados Unidos goza de un paro juvenil que ronda el 9 o el 10%, aunque esto es debido a que allí el trabajo es como la sanidad: un chiste de humor negro. Sin embargo, la curiosa legalidad que gobierna el sueño americano, permite que los jóvenes funcionen a destajo disfrutando de varios subempleos, sembrando el caldo de cultivo perfecto para implantar mentalidades severas, así que nada les impide lanzarse a tumba abierta sobre desquiciantes jornadas laborales de dieciséis horas diarias o más. Que no acaben en un psiquiátrico dependerá del tipo de faenas y del aguante físico de cada individuo. Para alcanzar el éxito tendrán que atrincherarse en el domicilio familiar, reducir el gasto personal a cero pelotero y aumentar el ahorro a tope.
Los más ilusos quieren retirarse al cumplir los treinta. Los menos soñadores hacen las cuentas del gran capitán y proyectan jubilarse con 50 tacos, así que necesitan conseguir a como dé lugar un colchón financiero de aproximadamente medio millón de euros. Vamos, coser y cantar. Una vez que se jubilen, pretenden gastar el 4% de ese medio millón cada año. Para conseguir esta quimera necesitan ahorrar, obsesivamente y durante dos décadas, la friolera de veinticinco mil euros anuales. O sea, que tienen que atesorar como mínimo dos sueldos íntegros de mileurista al mes. Y rezar mucho para que el banco no quiebre. Semejante planazo exige una salud de hierro, unos padres inoxidables, una inflación negativa y una suerte demoniaca. Abstenerse huérfanos y enfermos crónicos, a no ser que les toque la lotería.